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El Payo o la justificación del arte

Domingo, 20 Ene 2019    CDMX    Juan Antonio de Labra | Hidalgo           
El Payo cuajó una importante faena al primer toro de su lote
A Manolo Martínez se le atribuye una frase que pocas veces se escucha en la actualidad: "arte mata todo". Y hoy, en la Plaza México, la que fuera casa del mandón, El Payo evocó aquella sabia sentencia con una faena muy importante, la que cuajó al primer toro de su lote, de la divisa de su querido y admirado amigo, el veterano y gran ganadero Fernando de la Mora Ovando.

Desde luego que también sobresalió el trasteo de Sebastián Castella con el toro de regalo, eso es innegable. Pero si se analiza con detenimiento lo hecho por Octavio, resulta imperativo destacar la profundidad de esa faena del queretano, que volvió a dar la dimensión de torero artista, con sello de exquisito, que tanto se he empeñado en buscar con el paso de los años.

Y fue prácticamente desde que bregó suavemente las embestidas de "Quitapenas", cuyo nombre quedó muy ad hoc en esta ocasión, pues parecía llevar dedicatoria para Octavio, que se pudo sacudir esas recientes amarguras de haber resultado herido durante sus dos últimas comparecencia en La México, en los que pasó de puntillas.

Para los que pretendieron reprochar su presencia en esta segunda fase de la temporada, por aquello de que “no había cortados orejas”, ahí está la respuesta de El Payo, que vino a demostrar porqué es preciso verlo en los carteles buenos; saber esperarlo, y luego, como hoy, disfrutar con ese toreo profundo y torero que tan buen sabor de boca dejó entre los aficionados más avezados.

Porque así fue la faena de Octavio: rotunda, tanto por su estructura, como por su torería, desde el instante en que se hizo del toro con un toreo que recordó a los brillantes muleteros como Domingo Ortega, Paco Camino o Curro Vázquez, que sabían andarle muy bien a los toros por la cara, porque como bien dijo en alguna ocasión Jesús Solórzano, "porque también el temple se tiene en los pies".

Y si ese comienzo de faena tuvo magia y torería, después vinieron los muletazos asentado en los riñones, con las zapatillas sembradas a la arena, en trazos cargados de hondura, ligados en un palmo de terreno, mientras "Quitapenas" sacaba ese fondo de gratitud y transmisión que le tenía reservada al queretano, que entendió muy bien las distancias y los terrenos para poder torearlo a placer.

La gente se compenetró con la actuación de Octavio, que sigue siendo fiel a un concepto basado en la confianza en sí mismo; en torear para él antes que para nadie; en tratar de cuajar cada pase, despacio, con sentimiento. Y toreando así… llegarle al público. Vamos, emocionarse primero, para después emocionar. Ahí está la clave de su éxito.

Pero una vez más la espada le jugó la mala pasada de que esta obra de arte no fuera premiada. De cualquier manera, decía el propio Manolo, las orejas son sólo "retazos de toro", y cuando se es capaz de torear con esta profundidad, los trofeos salen sobrando. El toreo es un arte vivo cuya expresión que trasciende va más allá de ese detalle de recibir orejas.

Aunque El Payo intentó rayar al mismo nivel con los otros dos toros que enfrentó -el quinto, y uno más de regalo- ya no hubo opción de repetir, y ni falta hizo, porque ya había dejado el aroma cargado de torería.

Por su parte, Sebastián Castella ofreció una interesante actuación en la que primero sobresalió al torear al noble toro que abrió plaza, al que hizo una faena estructurada, con pasajes intensos, y más tarde al de regalo, ese muñeco que llegó a la plaza en el llamado “séptimo cajón”.

A pesar de que el toro que abrió plaza casi no humillaba, el torero francés le tapó bien la cara y lo llevó cosido a la muleta en un trasteo de recursos, valiente, que agradó mucho al público cuando se lo pasó por la espalda en largas dosantinas, aderezadas con tersos cambios de manos que calentaron el ambiente.

Sus fallos con la espada le privaron de cortar una oreja, y al ver las pocas posibilidades de lucimiento del cuarto, también se animó a regalar ese toro escogido para la ocasión -y muy bien escogido, pues sus hechuras no mentían- al que toreó con emoción desde el inicio de la faena, en los medios, mediante un templadísimo péndulo al que siguieron un par de series en las que se abandonó para llevar aquella noble embestida con mucha suavidad.

Lo malo fue que el toro comenzó a escarbar la arena, a rajarse, y comenzó a irse un tanto suelto a las tablas. Y en ese momento la faena perdió el ritmo y la consistencia que llevaba. Entonces, Sebastián intentó que la emoción no decayera, no obstante que sabía que podía pasarse de faena, como de hecho ocurrió al estar demasiados minutos delante de la cara de ese "Río Dulce".

Una deficiente estocada -trasera y caída- hizo mella en el acabado del trasteo, y de la petición, ya que de haber terminado de otra manera le hubieran concedido dos orejas; y aunque hubo petición de trofeo, el juez de plaza se mantuvo firme, como debería ser siempre en un plaza como ésta, en la que no hay que demeritar la entrega de trofeos con estocadas defectuosas, como ha sucedido en recientes ocasiones.

Sebastián dio una aclamada vuelta al ruedo, consciente de que el público de México lo identifica como un torero honrado que quiere seguir ganando afectos en esta tierra donde ha logrado granjearse el cariño de la afición al cabo de los años.

Juan Pablo Sánchez hoy no pudo siquiera mostrarse, primero porque enfrentó un toro incierto, con el que no encontró el acoplamiento, y más tarde porque el sexto fue un manso que acabó rehuyendo la pelea en varas. Dio la impresión, por lo que ocurría en el ruedo, que había sido devuelto por manso, pero al final no se entendió muy bien si eso era lo que había ordenado el juez de plaza, lo que hubiese obligado a que saltara a la arena el primer sobrero (el as bajo la manga de Castella), según establece el reglamento.

Al final, al hidrocálido no le quedó más remedio que darle muerte sin pena ni gloria a este huidizo ejemplar, ya cuando se sabía que vendrían los dos toros de regalo que habían anunciado sus compañeros, y que alargaron la tarde más de la cuenta, quizá preparando al público para esas otras dos corridas de ocho toros, con carteles de lujo, anunciadas en el aniversario número 73 de esta plaza.

Ficha
Ciudad de México.- Plaza México. Decimosegunda corrida de la Temporada Grande. Poco más de un cuarto de entrada (unas 11 mil personas) en tarde fresca, con algunas ráfagas de viento. Ocho toros de Fernando de la Mora (7o. y 8o. como regalo), bien presentados, hondos, algunos con demasiados kilos, de juego desigual, de los que destacó el 2o. por su transmisión, y el 7o. por su nobleza. Pesos: 586, 628, 602, 563, 628, 620, 562 y 570 kilos. Sebastián Castella (azul soraya y oro): Ovación tras aviso en su lote y vuelta tras petición en el de regalo. Octavio García "El Payo" (gris perla y oro): Ovación con algunas protestas tras aviso, silencio y silencio tras aviso en el de regalo. Juan Pablo Sánchez (rosa y oro): Silencio y silencio tras aviso. Incidencias: Destacó en varas Daniel Morales, que hizo la suerte con torería. Y su tío Omar picó bien al 5o. En banderillas, Fernando García padre e hijo, saludaron en el 7o. Y también hizo lo propio Rafael Romero en el 8o. Al finalizar el paseíllo se rindió un minuto de aplausos a la memoria del irredento y estimado aficionado Artemio Patiño.

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