Banners
Banners
altoromexico.com

Tauromaquia: A caballo entre dos épocas

Lunes, 19 Nov 2018    Puebla, Pue.    Horacio Reiba | La Jornada de Oriente   
...De técnica andan sobrados hasta los chavales que egresan...
Transcurrieron ya casi dos décadas de siglo XXI y los vientos no soplan a favor de la tauromaquia. No hablo esta vez de la taurofobia ajena, sino de la atonía propia. El arte de torear está estancado. Su técnica se perfeccionó hasta dejarse invadir por la monotonía y no se avizora un más allá, ese horizonte evolutivo que siempre dio aliento y vida al espectáculo.

El toreo devino rutina: rutina son la lidia y las faenas de cualquier festejo, sin importar que sea figura, segundón o principiante quien las haga, enfrentados casi siempre a los animales de comportamiento estandarizado –lo peor que podíamos haber hecho del toro bravo–; rutinarias son las reseñas burocráticas de la mayoría de los cronistas y relatores actuales –adiós a la riqueza literaria y opinativa de los de antaño, con sus filias y fobias, y su celo por los valores perennes de la fiesta–, y el colmo de la rutina las previsibles declaraciones de unos y otros –empresarios, diestros, ganaderos–.

Tanta uniformidad, tal ausencia de acciones y sensaciones nuevas ha alejado a la tauromaquia del interés general mientras las redes sociales la llenan de improperios. En tales condiciones a nadie debe extrañar que ocupen hoy día el lugar que una vez tuvo la Fiesta espectáculos notoriamente inferiores en forma, contenido y valor simbólico, por ejemplo la lucha libre, ese juego de niños grandes, prefabricado y fársico. O el futbol americano, el golf, cualquier deporte, cualquier género musical de moda –por abyecto e vacuo que parezca–. Cualquier cosa menos los toros, que atraviesan una etapa de franco desmadejamiento. De fatal atonía.

Estado de emergencia

¿Qué podemos hacer para que la pasión taurina vuelva a la escena pública con la fuerza que alguna vez tuvo? Desde luego mucho y desde todos los frentes posibles, pero ninguno tan importante como el que involucra a los propios artistas de este culto extraño y magnífico. Toreros los hay más que nunca, buenos y malos, jóvenes y veteranos, colocados en lo más alto o en las márgenes del escalafón. De técnica andan sobrados hasta los chavales que egresan de las escuelas taurinas –la de Madrid quiere cerrarla la alcaldesa–. La lección la recitan de memoria y la aplican con precisión gimnástica. Pero el toreo –el toreo grande, el de verdad– es otra cosa. Sintomático de la atonía presente es que los más dotados, originales y comprometidos con la tradición clásica (José Tomás y Morante de la Puebla) acusen marcada desubicación dentro del entramado taurino de nuestros días.

El último grito de extrañeza lo ha dado Talavante, que se siente postergado por el sistema. Pero el personaje más castigado en ese sentido ha sido Diego Ventura, un rejoneador de origen portugués que se asentó en la Puebla del Río andaluza hace varios años y que viene proponiendo una tauromaquia a caballo realmente vanguardista, que lleva el riesgo y la imaginación más allá de lo previamente conocido. Algo semejante ha conseguido, a pie, el joven matador peruano Andrés Roca Rey, captado y aprovechado por el stablishment taurino, y ya no tanto por sus colegas y prensa que los ampara. Por lo pronto, su seguro de supervivencia como figura está en la taquilla, que mueve más que nadie.

Como Diego Ventura mismo, sólo que corridas de rejones hay considerablemente menos y la labor de zapa en contra del lusoandaluz por parte de quienes dominan ese circuito ha sido más efectiva. Con todo, Madrid lo idolatra y lo ha colocado por encima de todos. Un rabo ya legendario y diecisiete puertas grandes en Las Ventas son su aval. Alcanzaron incluso para que la Plaza México lo reclamara para inaugurar su temporada mayor, luego de siete años ausente de ruedos nacionales.

Para la historia

Eso fue la memorable actuación de Diego Ventura con el hermoso, noble y bravísimo "Fantasma2, un jabonero claro con muchísima plaza e inagotable alegría para lanzar sus 487 kilos, templada y codiciosamente, contra las fabulosas cabalgaduras del centauro lusitano, que de consuno con su amo ofrecieron verdaderos prodigios al asombrado público metropolitano, llevándolo a un éxtasis que culminaría con el indulto del soberbio astado, envueltos todos en el clima de gozosa locura que era el domingo una Plaza México incendiada de asombro ante las proezas de Ventura y sus maravillosos equinos.

El momento culminante llegó ya avanzada la faena, cuando el arrebatado jinete decidió prescindir de la brida y los estribos de su porcelano "Dólar", raza lusitana, para quebrar un par a dos manos que ahí quedó, como uno de los instantes cumbres en la historia del monumental coso.

Ventura había recibido a “Fantasma” dos palmos del toril –jinete en "Bombón"– para irlo llevando de tercio a tercio con la garrocha larga a la manera campirana, y luego quebró un par de rejones ajustadísimos a lomos del alazán "Sueño", al que enseguida movió hacia atrás sin permitir que el toro parara para cambiarle el viaje en un terreno inverosímil y provocar un alboroto formidable y los primeros coros de ¡to-re-ro! que en lo sucesivo acompañarían su actuación, pues entre uno y otro encuentro se complacía en llevar al burel cosido alternativamente a la cola y al estribo. Una cola adiestrada para trazar verdaderos lances y pases toreros a la mínima distancia, con los pitones rozando las ancas de la cabalgadura.

O sus pechos, en aquellas formidables banderillas al violín –a lomos ya del palomino lusoárabe "Gitano2, en que la embestida el quiebro se produce en el último momento de manera inexplicable, como inexplicable parece la elasticidad del equino para esquivar la bravísima embestida, salir toreando por la cara con precisión absoluta, giros sobre el eje del caballo incluidos, y repetir la suerte con mayor ceñimiento aun. 

Lo del par a dos manos llevando a "Dólar" con la sola presión de las rodillas  fue ya un exceso, el acabose total, lo nunca visto. Todavía adornaría Diego el morrillo de "Fantasma" con esas banderillas pequeñas que va dejando en apretado doble círculo –el que en torno al morlaco traza el caballo, que ahora era el tordo “Toronjo”, y el apretadísimo que ocupan los arpones sobre el hoyo de las agujas–, antes de empuñar el rejón de muerte. Con el coso en plena ignición y el graderío cubierto de pañuelos blancos, menos mal que el juez tuvo la iluminación de ordenar el indulto, pues eso introdujo un principio de orden en aquel enfebrecido manicomio.

¿Y qué le dio entonces por hacer a Diego Ventura? Pues pedirle a su ayuda muleta y espada –a la manera, sí, de Carlos Arruza medio siglo atrás–. Y una vez recabado el permiso de la autoridad, ponerse a bordar el toreo. "Fantasma", toro de bandera, seguía embistiendo de fábula. Ventura, que ni pensó en despojarse de las chaparreras, estorbosas para torear a pie, tenía prisa por aprovechar las condiciones del bicho y empezó por volcar todo lo que sentía en un trincherazo casi texcocano, para enseguida correrle la derecha al jabonero, que seguía el engaño humillado y sin parar.

El escándalo era ensordecedor, una corriente eléctrica de sensaciones cruzaba el coso de lado a lado en todas direcciones, y la faena del lusoandaluz, tan sorpresiva en su expresividad torera como breve, de acuerdo a las circunstancias, culminó al fin con el retiro victorioso de "Fantasma", que con medio cuerpo dentro del túnel de toriles aún se resistía dejar el ruedo. La lenta y triunfal vuelta al anillo la dio Ventura conduciendo por la brida, uno en cada mano, a "Dólar" y "Gitano", par de fabulosos caballos toreros. Y la plaza hervía.

Un hervor que no se ha apagado. Y que difícilmente olvidarán quienes tuvieron la fortuna de sentirlo y presenciarlo. Golpes de emoción, innovación y frescura creativa como el que acaba de proporcionarnos Diego Ventura es precisamente lo que está pidiendo a gritos la declinante tauromaquia de nuestros días.

¿Y luego qué?

Como es natural, la corrida inaugural tuvo un antes y un después del histórico faenón de Diego Ventura con "Fantasma”, aunque todo lo opacara esa obra descomunal. Lo más patético fue la oreja paseada por Enrique Ponce, que puso oídos sordos a la protesta contra el valenciano y la obsequiosidad gratuita del juez. Lo más doloroso, la cornada de El Payo por el incierto quinto de Barralva, que envió una corrida seria de fachada y de comportamiento. Y lo más injusto, el severo anticlímax que acompañó la meritoria faena de Luis David a un cierraplaza con mucho que torear. Cosa explicable, porque después de la cumbre alcanzada por Diego Ventura, no quedaban otra cosa que las laderas del volcán en erupción que había sido la plaza, y por ellas fueron descendiendo sin remedio la corrida, la tarde, el público y los toreros de a pie.

El clamor por Diego Ventura obliga a hacerle retornar cuanto antes al teatro de su hazaña. En uno de los próximos carteles tendría que haber cabida para él y su incomparable cuadra, aunque sea extendiendo a ocho toros alguna de las ternas anunciadas. Por cierto, la entrada de la inauguración fue buena pero lejana al lleno. Ese pleno aforo que sin duda provocaría un mano a mano entre Ventura y Pablo Hermoso de Mendoza, o un cartel de tres rejoneadores, agregando un mexicano.

Lo de enfrentar al luso y al navarro tiene mucha miga, porque Hermoso se ha resistido tenazmente a alternar con Ventura, hasta el punto de ser señalado como la mano oculta empeñada en obstaculizar su carrera. Por lo demás, un golpe de tal magnitud por parte de la empresa sería la manera idónea de justificar la jerarquía –que urge recobrar– de  nuestra bienamada Plaza México.


Comparte la noticia


Banners