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El espejo de una sonrisa

Jueves, 15 Nov 2018    CDMX    De Labra | Foto: Óskar Ruizesparza     
El torero francés se muestra pleno y realizado, con ganas de expresar
Sebastián Castella está contento. Se le percibe en paz consigo mismo. México le gusta mucho, y se nota en su sonrisa. Y en esta ajetreada semana, previa a su regreso al coso de Insurgentes, no ha parado ni un minuto, fiel a ese concepto de mentalización que ha marcado su carrera profesional en los ruedos del mundo.

El lunes pasado estuvo en Jalisco, primero en la ganadería de La Concpeción, de Lucila Franco y Octavio Casillas, y el martes en San Constantino, con Juan Pablo Corona. El hecho de haber llegado temprano a esta ganadería, le permitió recorrer con detenimiento las instalaciones, la galería de obras arte, así como diversos rincones de la finca.

Y minutos más tarde enfrentó tres becerras y un novillo que le dejaron expresarse, como queda muestra en las imágenes de Óskar Ruizesparza de una agradable visita a esta casa ganadera en la que se sintió tan a gusto.

De ahí viajó hasta a la Ciudad de México, pues anoche tenía previsto un encuentro con amigos y medios de comunicación, que tuvo lugar en el Centro de las Artes Vivas de Coyoacán, muy cerquita de Los Viveros… "para pinares y toreros; unos que una vez serán pinares en los senderos y otros, toreros por los alberos", como rezan los versos del inolvidable poeta granadino Manuel Benítez Carrasco.

El gran pulmón de oxígeno situado al sur de la capital, creación de Miguel Ángel de Quevedo, ha sido un auténtico vivero de sueños, de ilusiones. Quién le iba a decir eso al "Apóstol del árbol", como se le conocía al famoso ingeniero de la época porfirista, que en 1907 tuvo la idea de realizar este proyecto que, por entonces, quedaba a varios kilómetros de distancia de aquella plaza "El Toreo" de la Condesa, inaugurada, precisamente, en ese mismo año.

Y así como el árbol es quietud, y sus ramas, cuando las mece el viento, se convierten en una atractiva ensoñación, la madurez de Sebastián Castella trasluce una conversación distendida, amena, repleta de sinceridad, la misma que procura imprimir a un toreo que ha crecido en sentimiento.

"Al toro mexicano no es fácil de entenderlo, ni de torearlo. Hay que esperarlo mucho y consentirlo, y cuando rompe a embestir te permite expresar lo que llevas dentro, que es lo mejor que te puede pasar", afirma en un momento de la conversación.

El intenso frío de la noche ha obligado a los invitados a refugiarse en esta sala de exposiciones del Centro de las Artes Vivas, donde se pueden admirar imágenes de ese niño de talante reservado y mirada profunda, que irrumpió en los toros desde su natal Beziers para convertirse en el torero francés más importante de la historia.

Pero ahora, después de haber toreado más de mil corridas, eso es lo de menos. Al fin y al cabo no son más que números. Sebastián se está buscando a sí mismo como artista y confiesa sentirse libre siendo torero: "No me veo sin torear; es mi vida", dice al tiempo que ahoga un suspiro que recuerda esa forma de ser tímida, de la que ahora parece desprenderse para tocar las fibras de la gente a la que habla.

Y la pasión le mueve, esa misma que en México ha encontrado en un público sensible, limpio de prejuicios, que va a la plaza a disfrutar, a emocionarse, y que cuando se compenetra con un artista como Castella, hace vibrar a la plaza y todo lo que en su ruedo acontece.

"Fui a ver a la señora (así le llama la Virgen de Guadalupe), y le prometí que volvería muy pronto. Cuando me salió aquel toro que se llamó ‘Guadalupano’ de Teófilo Gómez, saqué mi sentimiento y pude torear como tantas veces había soñado. Al día siguiente me paré de nuevo ante la señora y le di las gracias. No hay nada más grande que devolver la vida a un toro".

Aquella faena, sumada al que hizo de novillero -también en La México- a un novillo de Real de Saltillo, ya descansan en el fondo de la espuerta de sus recuerdos.

"Pero cuando yo me sentí realmente pleno, y pude gozar de la mayor satisfacción de mi vida, fue con el toro de Alcurrucén en Madrid. Esa bravura desbordada, en la catedral del toreo, con 25 mil personas volcadas con lo que yo estaba haciendo. Allí estaban los que me alientan, y los que me critican, todos puestos de acuerdo, y eso no se puedo olvidar".

Y del recuerdo de una de esas cinco Puertas Grandes en Las Ventas, algo que se dice pronto, pero es un logro de mucho respeto, la mirada de Castella vuelve a brillar con la añoranza por aquel toro.

Instantes más tarde, la charla discurre por otros senderos, los de América, profunda y bella, que tanto ama el torero francés, pues dice que ahí lo han adoptado como suyo, sobre todo en Colombia, la patria de su esposa, de sus hijas; la tierra de corazón abierto que le ha dejado muchas enseñanzas.

"En Cartagena de Indias viví una anécdota que me marcó mucho. Cierto día que íbamos hacia la plaza a ver torear a un novillero. Pasamos por uno de los barrios más humildes de la ciudad, donde el agua tenía más de 15 centímetros inundando la calle. Esa imagen contrastaba con la algarabía que salía de varias de las casas, síntoma de que ahí, donde nada lo tienen… lo tienen todo".

La reflexión revolotea en el aire hasta convertirse en una moraleja de profunda sabiduría. Y en cambio, en Europa, como dice Sebastián lo tienen todo y la gente se queja. Es algo que no comprende.

De Quito y de su feria, su alegría, y esa absurda prohibición que espera que se revierta, pasamos a hablar de Lima, de Acho y su afición, que sabe ver toros y toreros, donde ha tenido el privilegio de triunfar a lo grande.

Al cabo de una hora la charla termina con una cariñosa ovación para el ser humano -no para el torero-, que la recibe con la misma simpatía de toda esa velada que se prolonga un par de horas más en el coctel que se ha montado en las instalaciones de este hermoso recinto sureño. 

Las fotos y los autógrafos se suceden en medio de un ambiente relajado. Sebastián esta feliz, quizá tanto como aquel chiquillo que no sabía nada cuando cogió una muleta por primera vez y se puso delante de una becerra. Es así como se vislumbra, y quiere volver a experimentar esa sensación de relativa inocencia delante del toro para poder expresar sus sentimientos. Los más puros, los más entrañables.

La noche será larga: "carretera y manta", como decían los antiguos, y más aún en una noche tan fría. Sebastián y su gente se marcharán rumbo al rancho de San Miguel de Allende donde vive, pues mañana tiene cita en Xajay. Ahí continuará con su concentración de cara a la corrida del próximo domingo en la Plaza México. Se despide de la gente con una franca sonrisa. El aura que desprende revela sensaciones bonitas. Quizá porque su sonrisa se refleja en el espejo de este México donde pasó momentos tan difíciles en sus inicios. Y él lo sabe. Ahora es un artista pleno, un hombre realizado.


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