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Gran éxito del congreso de Murcia

Lunes, 22 Oct 2018    CDMX    Redacción | Foto: Óskar Ruizesparza     
Corona participó en la mesa de "Aficiones y fiestas populares"
El II Congreso Internacional de Tauromaquia, celebrado en días pasados en la ciudad de Murcia, fue todo un éxito en virtud de la relevancia de los participantes y los temas que se abordaron, así como la nutrida asistencia de aficionados que estuvieron presentes en los distintos actos.

 El empresario y ganadero mexicano Juan Pablo Corona Rivera, intervino en la mesa redonda denominada "Afición y festejos populares".

En este encuentro, el Presidente de Fomento Cultural para la Tauromaquia Hispanoamericana compartió créditos con Alfonso Avilés Sánchez, Presidente Real Club Taurino de Murcia y miembro de la Real Federación Taurina de España; Juan Coronel Ruiz, Presidente Club Taurino Lorca; Vicente Nogueroles Gaona, Presidente de la Federación de Peñas Taurinas de Bous al Carrer de la Comunidad Valenciana; Jorge Fajardo Liñeira, Presidente de la Unión de Federaciones Taurinas de Aficionados de España, y Jesús Hijosa Lucas, Presidente del Foro de Promoción, Defensa y Debate de las Ferias de Novilladas.

A continuación se reproduce el texto íntegro que leyó durante su intervención, mismo que fue repartido entre los asistentes:

Antecedentes

La afición a los toros en México data de casi cinco siglos, lo que sin duda debe de tomarse en cuenta como un antecedente de reveladoras proporciones. El hecho está documentado en la Quinta Carta de Relación enviada por Hernán Cortés al Rey Carlos I de España, en la que refiere haber recibido a un mensajero de su majestad un día en que se encontraba “viendo correr ciertos toros”.

Otro de los antecedentes históricos más relevantes de la tauromaquia mexicana es la llegada de aquellos "doce pares de vacas y toros" de origen navarro que trajo Juan Gutiérrez Altamirano para proteger la ganadería de Atenco, considerada como la más antigua del mundo de la que algún día salieron reses bravas para ser corridas en la plaza pública.

Y aunque estos dos hechos quizá no están relacionados entre sí, sino únicamente por el parentesco de Cortés con Gutiérrez Altamirano, que era primo hermano del conquistador extremeño, lo cierto es que forman parte del colectivo imaginario de una época en la que España nos "heredó" tres elementos capitales de nuestra cultura: el idioma, la religión católica… ¡y las corridas de toros!

Por entonces, como ocurría en España, estas "corridas de toros" estaban destinadas a entrenar la caballería para mantenerla en forma en tiempos de paz y que más tarde dejaron de ser una actividad de señores y fue adoptadas por el pueblo, de ahí su carácter de "popular" que hoy nos tiene reunidos alrededor de esta mesa de trabajo aquí en Murcia.

Sobre esos tres pilares se edificó una forma de ser que se tradujo en un mestizaje de hondas raíces que dieron como resultado una nación en la que las festividades religiosas, civiles o militares, siempre han estado acompañadas de la celebración de espectáculos taurinos. Esto es algo innegable y perfectamente comprobable en muchas regiones del país donde hay toros.

La evolución de la tauromaquia siguió su curso de una manera similar a lo que sucedió en España. Sin embargo, resulta muy interesante observar que, después de la consumación de la Independencia de México, la Fiesta Brava no desapareció con la salida del gobierno español de territorio mexicano.

Y la hipótesis de que los toros se hayan permanecido tras este episodio de la historia, es que el espectáculo taurino ya formaba parte de la idiosincrasia del mexicano, tanto como el idioma español y la religión católica. Considero que se trata de un sólido argumento para desarrollar un ensayo que resultaría de un enorme interés.

De hecho, se sabe que hombres como el cura Miguel Hidalgo y Costilla, padre de la Independencia de México, en los albores del siglo XVIII tenía ganado bravo en una hacienda del Estado de Guanajuato, precisamente ahí donde comenzó la revuelta que desembocó en la Guerra de Independencia.

Asimismo, otro de los padres de la patria, José María Morelos y Pavón, era afecto a las corridas de toros. De hecho, su natalicio lo celebramos con una corrida de toros que se realiza cada año, el 30 de septiembre, en la Monumental de Morelia, su tierra.

Y lo mismo ocurría con varios miembros del ejército Trigarante que llevó a México a conseguir esa ansiada Independencia, que se firmó en 1821 bajo el mando del general Agustín de Iturbide.

El mestizaje español e indígena es la muestra más fehaciente de que hoy, a tres siglos de distancia, México tiene una cara en la que se reflejan rasgos que nos identifican plenamente con España, y si bien es cierto que al principio el choque de las dos culturas fue brutal, hoy se ha transformado en una identidad con sello propio que nos confiere una forma de ser y de sentir, producto de una maravillosa fusión que nos ha enriquecido como nación.

Gaviño y Ponciano, figuras clave

Resulta curioso observar que en la consolidación de la tauromaquia mexicana influyó el maestro gaditano Bernardo Gaviño, que fue un singular personaje de la vida social del país a lo largo de varias décadas del siglo XIX.

Y el círculo se cerró con la aparición en escena del gran Ponciano Díaz, "el torero con bigote", que representa esa tauromaquia “híbrida” que amalgama las suertes camperas de nuestro México con las de la Fiesta Brava española, en una simbiosis de la que se nutrió el espectáculo en el último tercio de dicha centuria.

Ambas tendencias desembocan en una forma estilística propia del toreo “a la mexicana”, que con el paso de los años desemboca en Rodolfo Gaona, aquel indio de León, Guanajuato, al que Saturnino Frutos "Ojitos", el banderillero de Frascuelo, enseñó a torear "como mandan los canones" y lo convirtió en el máximo rival de Joselito El Gallo y Juan Belmonte en la llamada Época de Oro del toreo en España.

La figura de Gaona representa la enorme proyección de la tauromaquia mexicana, con unas maneras donde se sustenta lo que más tarde sería la forma de interpretar el toreo en México, su gusto por el toque sentimental, despacioso y hasta melancólico, que procede de la sangre indígena.

Es a partir de entonces cuando el toreo de México cobra importancia y empieza a ser respetado, hasta que en llega a España Fermín Espinosa "Armillita", el maestro, y más tarde nuestra Época de Oro, comprendida entre 1936 y 1945, y con ella la supremacía de figuras de la talla del propio Armillita, Jesús Solórzano, Alberto Balderas, Lorenzo Garza, Luis Castro "El Soldado", Silverio Pérez o Carlos Arruza, máximo rival de Manuel Rodríguez "Manolete" en las temporadas de 1944 y 1945 en España.

Asimismo, con la llegada de las vacas del marqués de Saltillo a la hacienda de San Mateo, en los años de 1908 y 1911, y la creación de otras divisas de renombre como La Punta, de origen Parladé, vía Campos Varela y Gamero Cívico, la cabaña brava mexicana cobró un realce del que ya formaban parte divisas legendarias como San Diego de los Padres y Piedras Negras.

De estas cuatro casas ganaderas, aunque mayoritariamente de la de San Mateo, se crea "el toro bravo mexicano", un ejemplar que, por sus hechuras y su comportamiento, deriva en un destacado logro para la fiesta taurina universal. Y a la par de la evolución de esa forma de embestir de nuestro toro, se regodea esa manera de sentir tan especial que tienen los toreros mexicanos.

Es en esos años, de mediados del siglo XX, cuando la tauromaquia mexicana se convierte en una potencia mundial, la segunda en relevancia después de España, con una sólida infraestructura de toreros, ganaderías, empresas, plazas de toros y escuelas taurinas, que en la actualidad conforma un colorido abanico que goza de prestigio internacional cada vez más reconocido en el llamado “planeta de los toros”, como lo bautizó el escritor costumbrista Antonio Díaz Cañabate.

El calendario taurino mexicano

El calendario taurino mexicano es anual; es decir, se trata de un año natural que va desde enero hasta diciembre, y por eso hay toros todo el año. Aunque ciertamente, sería mejor considerar cada temporada mexicana del período comprendido entre agosto y mayo, siendo los meses de junio y julio lo que menos festejos se dan debido a la temporada de lluvias que tanto bien le hace al campo.

Como ya quedó asentado, este calendario está vinculado a las celebraciones litúrgicas en mayor medida que las civiles, y se realizan un promedio de 450 espectáculos taurinos formales, entre corridas de toros y novilladas, en varias zonas de México.

Al referirme a "festejos formales", quiero expresar que hay otras zonas, como la península de Yucatán, donde existen una enorme cantidad de festividades religiosas en las que nunca falta la lidia de un toro, muchas veces sin cuadrillas profesionales, y donde el toro es el hecho cohesionador de una añeja tradición en la que se une lo religioso y lo profano.

La organización de estos festejos populares se realiza en plazas de las llamadas "palqueras", hechas de petates, cuerdas y madera, muy similares a la famosa "petatera", que goza de una tradición de más de 150 años, y que ya está considerada como Patrimonio Cultural Inmaterial.

A la par de la celebración de las grandes ferias o temporadas en cosos monumentales, el hilo conductor de la temporada también se traza en las localidades menos pobladas, donde la fiesta principal en honor del patrono de turno está orquestada alrededor de la procesión, los toros y el baile, tocada o palenque, con el que se cierra una larga jornada de diversión que forma parte esencial de la vida de los lugareños y sus visitantes.

Es en estas poblaciones la fiesta de los toros se observa como algo consustancial al devenir de las generaciones, y es ahí donde no se corre tanto riesgo, como en las grandes ciudades, donde las amenazas abolicionistas han ido en aumento de la mano del oportunismo de políticos que buscan allegarse votos a través de los ataques sistemáticos en contra de la tauromaquia.

Un sólido rasgo de identidad

En los últimos años, los estamentos que conforman la Fiesta Brava de México han procurado unirse para contrarrestar estos embates de una manera más organizada, sobre todo en lo tocante al aspecto jurídico, pues es ahí donde se ha conseguido ganar batallas que parecían perdidas.

El modelo puesto en marcha en Cataluña hace más de una década, cuando se empezó a prohibir la entrada a los espectáculos taurinos a los menores de edad, ha tendido a ser replicado en diversas regiones de México, con la finalidad de acabar de raíz con la afición que se sustenta en la transmisión de este gusto por un arte tan especial como revelador, que está tocado de unos valores humanistas de fuerte carácter, tanto hispánicos como indígenas.

Pero parece que quienes no comprenden esta tradición, y se dedican a atacarla con argumentos falaces, sólo pretenden prohibir sin conocer lo que existe detrás de cada ganadería, de cada festividad, de ese toro de pueblo que huele a pólvora de fuegos artificiales, que embiste al son de las campanadas de la iglesia, y que se manifiesta con toda su fuerza cuando un hombre se pone delante.

El ritual del toreo tiene un sabor especial en México, y quienes de los presentes lo hayan vivido, habrán visto que tiene un sello característico, una forma de sentir diferente. Esa es la riqueza cultural y la aportación de nuestra Fiesta.

Pero es en México, con todo su folclor a cuestas, donde los toros atesoran un prestigio muy significativo, que entronca en la historia de manera irrefutable, y que nos confiere ese rasgo de identidad que nunca debemos perder.

Porque conservar las tradiciones es lo que nos diferencia como pueblos y nos otorga la libertad. La cultura es ese conjunto de elementos diferenciadores que nos recuerdan quiénes somos, donde estamos y hacia donde nos dirigimos.

Y hoy, amigos, yo estoy muy complacido de estar aquí con ustedes, en Murcia, hablando de toros, ya que somos seres humanos unidos por un mismo sentimiento: el del arte del toreo. Muchas gracias.


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