Con el que abrió plaza, Juan Pablo Sánchez hizo gala de su temple proverbial, mientras duró la inconclusa sinfonía. Breve con el percal, en el tercio de muerte llevó en los primeros compases al de Barralva mexicano, hasta con mimo, al terreno de los medios. Ahí se estiró en largos y templados pases y "Sordomudo"  le hizo honor a su nombre, pues, ni oyó, ni quiso decir más nada. Pesado con los aceros, el de Aguascalientes escuchó un aviso. 

Con el cuarto de la tarde, la cosa mejoró con el capote. Con la muleta se hizo de él, con pases largos por delante, sin rematarlo. En los medios, el toro no mostró intención alguna, pero Sánchez no estaba dispuesto a pasar desapercibido. Porfió en serie breves, pero bien toreadas, para finalizar con toreo de buen gusto, por la cara. Para abrochar vinieron manoletinas, un par de estocadas cortas, y una oreja del palco.

Arturo Saldívar se llevó, como primero de su lote a "Tío", un toro bravo que desde los lances de recibo, le apretó fortísimo hacia los adentros. Afloró la decisión en el tercio final, para fajarse con poderío –de otra forma, nada hubiera pasado– para imponerse a las recias acometidas de su enemigo, para decirle claramente quién mandaba en el ruedo. Dominador, el de Teocaltiche llevaba largo y sometido al emotivo toro, rumbo hacia una grande faena. 

Pero cuando el trasteo parecía volar a la cima, cuando venía la parte más difícil, pero consagratoria, Saldívar se echó la muleta a la espalda, para torear por manoletinas, luego la espalda a la cara, dejar una entera caída y cosechar un trofeo que, de continuar el torero, ésta –creo yo– habría tomado alturas insospechadas.

"Pitito", quinto en el orden de la lidia, en cuanto había oportunidad se encargó de localizar querencias por todo el ruedo. Rascaba se dio luego a regatear las embestidas, a olisquear y hacerle la vida de cuadritos al torero. Con un toro de regalo, que pareció embestiría, pues no. No le dio la gana. Tanto empeño deseaba poner Saldívar, que a pesar de un alumbrado deficiente, le hizo las mil y una luchas. Un pinchazo, y a otra cosa.

Sergio Flores cargó con el lote que menos posibilidades ofreció. Con el tercero de la tarde –de encaste ibero– no dejó nada en la alforja de las voluntades. Molinetes rodilla en tierra, desplantes de tirar la muleta, darla espalda de hinojos, pero no estaba el horno, ni para una galleta. Medio espadazo traserillo. Al sexto de la tarde, le faltó bravura y a Flores mejor suerte. Empeñoso a más no poder, pero no era su tarde. Por más que la buscó.