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Tauromaquia: Historia de un cartel

Lunes, 18 Jun 2018    Puebla, Pue.    Horacio Reiba | Opinión   
"...una corrida en que se cortaron no uno sino dos..."

Ahora que la gesta de Diego Ventura ha puesto de moda la relación de los poquísimos rabos concedidos en la plaza de Las Ventas, nos encontramos con el cartel de una corrida en que se cortaron no uno sino dos. Anuncia con toda formalidad el festejo del 29 de septiembre de 1935.

Y resulta insoslayable la referencia a la corrida del domingo anterior, día 22, última actuación de Juan Belmonte en Madrid. Esa tarde, el Terremoto se alzó con tres orejas y el rabo de “Hocicón”, de Coquilla, un toro complicado al que Juan dominó de manera emocionante y despachó de magno volapié. Había hecho saborear un toreo de otra época, que quizá por eso mismo –esa astucia para recrear y nutrir así su propio mito—provocó aquel alboroto fenomenal.

Tan encandilado dejó Belmonte al público que Alfredo Corrochano, que nunca pasó de una discreta segunda fila y era hijo del célebre cronista del ABC, también izó el rabo del cierraplaza. Faenas breves ambas, sin permitir que el entusiasmo decayera. Tal fue el antecedente inmediato de nuestro cartel. 

Ese tono naranja del papel no era inusual en aquel entonces. Enfatiza el programa que se cobraría por un festejo de ocho toros lo mismo que por cualquiera de seis, así como la procedencia Sotomayor del ganado, pese a que dicha divisa pertenecía ya a don Fermín Martín Alonso, vecino de Alameda de la Sagra (Toledo). No escapará al lector, habituado a que en las actuales corridas madrileñas se parta plaza a las siete de la tarde, el detalle de que la de referencia estuviese anunciada para "las cuatro menos cuarto". Ni que aparezcan con sus nombres las cuadrillas completas. Con un solo subalterno mexicano, el banderillero Vicente Cárdenas "Maera", pues el resto de la cuadrilla de Lorenzo Garza lo integraron españoles, entre ellos el exmatador Emilio Méndez, emigrado a México con el tiempo y apoderado aquí del as regiomontano.

La combinación de matadores no deja de ser un tanto extraña, pues al lado de tres jóvenes de alternativa reciente figuraba, casi como su abuelo, el maño Nicanor Villalta, que pasa por creador del derechazo en redondo y que fue, sobre todo, un estoqueador notabilísimo. Y tan querido en Madrid, pese a su tosco estilo, que nadie ha cortado más orejas que Nicanor en plazas de la capital. Lo doctoró en San Sebastián Luis Freg, el torero de Nonoalco, durante la Semana Grande de 1922 (06-08-22). Y el toreo había sufrido en esos 13 años una transformación que hoy sería inimaginable.

Fernando Domínguez, vallisoletano –tío de Roberto Domínguez– dibujaba una verónica cuyo empaque dejó huella. A la larga le faltó corazón para escalar mayores alturas, pero aquel 29 de septiembre tuvo una tarde feliz porque trasladó su elegante concepción del toreo al último tercio, en faena que inició sentado en el estribo e incluyó naturales muy estimables. Con esos argumentos y una buena estocada cortó la oreja del sexto. Villalta, atropellado al recibir a su primero, de Albaserrada, le cortó una oreja protestada al cuarto. Sin duda, al sacar el pañuelo el presidente se inclinó por el respetable historial del veterano. A todo esto, el encierro estaba resultando blanducho y mansurrón.

Pero el maleficio se rompió con los dos últimos, del hierro titular. Más quedado el séptimo y de mayor duración y codicia el último. A aquél, el madrileño Curro Caro le cortó el rabo por una faena emotiva y ligada, rematada de magno volapié. No precisamente redonda, si nos guiamos por crónicas como la de El Heraldo de Madrid, firmada por Federico Morena: "Brindó Curro al público… y su muleta peinó los lomos en una serie magnífica de pases altos y de pecho. Los olés y las ovaciones se sucedían sin interrupción… Fue faena lucida y variada. ¿Qué podía faltar? Intentó Curro completarla con el toreo por naturales, y logró sacar uno precioso. Le pareció poco y siguió desafiando bravamente con la muleta en la zurda. Inútil. El toro no se arrancó… vencido, agotado, escarbaba el piso y reculaba... Curro hundió el estoque en lo alto del morrillo. El toro se desplomó. Y el espada cortó las dos orejas y el rabo y dio dos vueltas al ruedo.”

De Lorenzo Garza, el mismo cronista expresó cosas como éstas: “Se reveló ayer como un torero extraordinario. Yo me había formado del mexicano un juicio erróneo. Valiente hasta la temeridad, eso sí… Pero no lo creía capaz de una faena cumbre, de ésas que quedan grabadas con trazo firme, indeleble, en la memoria de los buenos aficionados…. Acompáñenme sin vacilar quienes pensaban como yo. Y proclamemos juntos, urbi et orbi, que Lorenzo Garza es algo excepcional, algo sublime, cuando, como ayer, torea… Sí, ayer toreó prodigiosamente, como se ve muy pocas veces torear, como solamente torean los artistas tocados por la divina gracia…”

¿Qué cómo toreó Lorenzo a "Guitarrero" de Fermín Martín Alonso? Dejemos que los cronistas madrileños lo relaten.

Federico M. Alcázar (La Voz)

"Mandó que le llevaran el toro a los medios y allí, para que todo el mundo lo viera y contemplara la hazaña que iba a realizar, citó con la muleta en la derecha y sin cambiar el terreno y girando sólo para ligar la suerte, dio tres pases en redondo y uno de pecho, asombrosos… Se queda un poco el toro y de nuevo lo engancha en la muleta y pega otros tres, mejores que los anteriores. El primero es sencillamente sublime. No hay nadie sentado. La gente de pie, tronante de emoción, contempla la faena. Aquello no son aplausos ni clamores: son rugidos… La plaza semeja un terremoto. Y el torero impasible, frío, quieto, erguido y sereno, sigue dando pases formidables. Una vez se queda con la franela en la zurda y liga tres naturales y el de pecho, portentoso. ¡Qué manera de parar, aguantar, meterse el toro entre pecho y espalda! ¡Inmenso! ¡Inmenso! Y cuando el animal, cansado, se resiste a embestir y junta las manos, Garza arranca por derecho y mete una estocada hasta las cintas que mata sin puntilla. La ovación es inenarrable. Le conceden las orejas y el rabo y varios espectadores se tiran al ruedo y después de pasearlo en triunfo se lo llevan en hombros entre un rumor de aclamaciones".   

Alfonso Muñoz (El Liberal)

"Garza es de los que muchas veces me ha cortado la respiración... Viéndole torear, pasándose al toro tan extraordinariamente cerca, el grito se ahoga en mi garganta. Me hace enmudecer… Desde el primer muletazo hasta el último no hubo nada que desentonara. Un conjunto de perfecciones fue aquello. Una mezcla de sus parones inconfundibles con aquellos naturales adelantando la mano para provocar la arrancada, mientras jugaba la muñeca para imprimir al toro la trayectoria a seguir. Muy quieta y muy parada, la faena fue algo excepcional, difícil de describir. En entusiasmo de los espectadores se tradujo en un clamor inacabable. Rodó el bicho de una gran estocada y mientras la multitud invadía el ruedo, Garza llevaba en las manos las orejas y el rabo de su enemigo. Bueno había sido el toro, pero muy superior se mostró el artista".

Eduardo Palacio Valdés (ABC)

"Sigue tan desconcertante el mejicano Lorenzo Garza. Tan pronto se le ve apático, sosote y sin sitio en la plaza como hace trepidar ésta ante unos pases que no pueden describirse porque tienen una belleza, una majestad, un tan exquisito ritmo y suponen un arte tan extraordinario que enfervorizan a la multitud, haciéndola vibrar de entusiasmo. Tal aconteció en esta corrida. En su primer toro capoteo con manifiesta desgana, mismo defecto de su breve faena de muleta. Pero al que cerró plaza lo veroniqueó con esa quietud y ese temple tan de su absoluta personalidad que no tiene paridad ni semejanza con ninguna otra. Lo mismo en su primer quite. Y se dedicó ya a cuidar del toro, que llegó por ello muy suave a la muleta. Brindó Garza al público, todo suyo ya, y realizó una faena preciosa, valiente, reposada y artística, cada pase una ovación delirante. Los dio de todas marcas, algunos de su exclusiva invención, pero enjaretó uno con la derecha y otro natural en los que resulta imposible saber cómo pudo salir el toro sin enhebrar en los cuernos el cuerpo del diestro. Enronquecieron los espectadores –que casi llenaban la plaza– y la emoción llegaba a todos en oleadas arrolladoras. Cuadró el Sotomayor y el mexicano arrancó muy bien, haciendo rodar al toro de una entera en todo lo alto. Y se desbordó el entusiasmo, se le concedieron las orejas y el rabo, se le besó, se le abrazó, se le apretujó y se le paseó en hombros por el ruedo".

Garza en Madrid

Ostenta el regiomontano un impresionante palmarés madrileño. No desmentido en absoluto por las encomiásticas reseñas de su memorable faena a “Guitarrero” de Martín Alonso. Todo su periplo novilleril se escenificó en la vieja plaza de la Carretera de Aragón, siete festejos –incluidos sus célebres agarrones consecutivos con El Soldado, uno de ellos mano a mano (23-08-34)– en los que cortó 8 orejas, dio dos vueltas al ruedo sin apéndices y salió cuatro veces en hombros.

Ya como matador, y siempre en Las Ventas, Lorenzo actuaría ocho veces: seis en 1935, a partir de su confirmación de alternativa –14-04-35, padrino Chicuelo, testigo Cagancho, toros de Ramón Ortega–, racha interrumpida por el boicot de 1936 y reanudada a la firma del Convenio, con dos apariciones triunfales en 1945 –en la última, le cortó las dos orejas a uno de Alipio Pérez Tabernero (15-07-45)–, para sumar ocho corridas con seis trofeos auriculares, una vuelta con petición y el famoso rabo del 29 de septiembre de 1935. Sus cifras son realmente gloriosas: 15 actuaciones, 14 orejas, un rabo y tres vueltas al ruedo.  


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