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Desde el barrio: Larga, barata y mediocre

Martes, 08 May 2018    Madrid, España    Paco Aguado | Opinión   
"...una nueva ojeada a la monótona lista de carteles..."

Parafraseando el lema olímpico –“Más rápido, más alto, más fuerte”-, dentro de unas horas dará comienzo la feria de San Isidro más larga, más barata y más mediocre en sus 71 años de historia: 34 festejos que, sumados uno en uno, conforman una dilatada y tediosa “competición” de tardes, a priori, de muy escasos atractivos.

Sirve la cita deportiva, por poco taurina que se antoje, una vez que el gabinete de comunicación de Plaza 1, en su tardía campaña de promoción –qué obsesión, por cierto, esa de desnudar a los toreros- califica el evento como “El mundial  del toreo”, buscando un paralelismo –en tanto que, anecdóticamente, se anuncian toreros y rejoneadores de ocho nacionalidades- con el Campeonato del Mundo de Fútbol que comenzará en Rusia unos días después del último festejo isidril.

Pero aun en caso de que así fuera, que no lo es, una nueva ojeada a la monótona lista de carteles llevaría más exactamente a comparar este San Isidro no tanto con la cita final  por la Copa del Mundo del toreo, sino con la fase de clasificación, en la que, en distintos grupos repartidos por el mundo, entran en liza todas las selecciones nacionales, incluidas las que no pasarán de meras comparsas como carne de goleada.

Puestos a usar símiles deportivos, la feria de este año es tan larga y árida –repasar los carteles en voz alta, compruébenlo, suena como una narcótica cantinela- que para el aficionado que piense acudir todas las tardes a Las Ventas bien podría compararse mejor con el durísimo Maratón de  las Arenas, esos 250 kilómetros a recorrer sin ayudas a través del desierto del Sáhara.

Ojalá que cuando lleguemos a la meta, allá por el que ahora se antoja lejanísimo 10 de junio, tan fatigosa travesía nos haya deparado suficientes momentos de emoción, bravura y buen torero como para no sufrir un nuevo proceso de deshidratación de nuestra afición. Pero, hoy martes, a esta hora de la tarde, cuando quedan por delante todavía todas esas 34 tardes, la feria, seamos sinceros, provoca sobre todo una profunda pereza.

Ha sido el propio Simón Casas, que en estos días se ha dedicado conceder unas cuantas entrevistas para tratar de justificar tan aburrida programación, quien ha dejado caer algunas de las claves que, forzosamente, le han llevado a organizar una feria de la que él mismo –en su faceta de “productor de arte”, que no en la de empresario pragmático- no debe de estar para nada satisfecho.

Leyendo entre líneas cada una de sus declaraciones –como esa en la que afirma que Diego Urdiales pedía “más dinero del presupuestado”-, cada vez queda más claro que la feria se ha confeccionado atendiendo únicamente a la reducción de costes, atrapada la empresa en la trampa que ella misma se puso a finales de 2016 inflando muy holgadamente su oferta económica sobre un pliego de condiciones del que ahora abomina el propio Casas.

Es así como, frente a la casi testimonial presencia de figuras realmente caras de contratar, una larga e intercambiable lista de toreros, en su mayoría con un caché que debe rondar la precariedad laboral, engrosa una veintena larga de combinaciones mediocres en las que ni siquiera se ha tenido la delicadeza de aplicar un poco de coherencia taurina. Cierto es, o no, que el escalafón actual da para pocas alegrías, pero puede que la feria hubiera sido otra con una mayor altura de miras y sin contar con el mezquino juego de intereses creados entre los grupos empresariales.    

En su fuero interno, no debe estar contento Simón Casas con la feria que ha organizado. Como tampoco lo está la afición de Madrid, que ha seguido tirando de los abonos más por costumbre que por vocación, pero sin que por eso se haya conseguido frenar el, que desde hace cuatro o cinco años, es un paulatino y constante descenso de la renovación.

Según las cifras publicadas por la propia empresa, para esta feria se han vendido un total de 15.482 abonos, lo que supone, por mucho que se intenten maquillar los datos, una bajada de unos 800 con respecto a los 16.258 del San Isidro de 2017. Es decir que, descontando a esa cifra el número de abonos de temporada –de jubilados y jóvenes- que rondan, al parecer, los 2.500, Las Ventas tiene a día de hoy unos 13.000 abonados. O, lo que es lo mismo, 5.000 menos que en la época de las vacas gordas.

No tiene sentido, pues, seguir alargando en cantidad, que no en calidad, una fórmula isidril que, desde los grandes tiempos de la era Chopera hasta aquí, ya se ha demostrado gastada y obsoleta, por mucho que siga basando los beneficios de toda la temporada. La auténtica revolución en las Ventas, esa que Casas prometió y todavía no ha llevado a cabo, pasa por revisar los conceptos y por darle más vuelo, a costa de trabajo e imaginación, al resto del año taurino madrileño.

Porque una plaza como la de Madrid, tal y como están las cosas en el mundo del toro, no puede permitirse el lujo de sumarse cómodamente a la decadencia de otras plazas de temporada y limitar su oferta a una inflada y mediocre feria de mayo, como parece que el empresario quiere insinuar. Cerrar las puertas de Las Ventas fuera de San Isidro supondría cerrárselas definitivamente al futuro de la tauromaquia. 


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