Cuesta arriba es la expresión más cordial que hallé para definir la tarde de hoy en el cerrojazo de la Feria Nacional de San Marcos.

Sí, bien presentados –algunos de ellos atacados de carnes– los toros de La Punta y Los Cués, pero ninguno tuvo condiciones para que alguno de los cuatro espadas acartelados pudiesen conseguir lucimiento. Por fortuna, la disposición y entrega de los coletas quedó consignado con creces.

Destacaría la actuación de José María Pastor, quien hoy recibió la alternativa de manos del salmantino Domingo López Chávez. Claro que también su faena tuvo más el sello de la responsabilidad y la entrega, que el del buen toreo que en tardes más benévolas hemos visto desarrollar al vástago de César Pastor, a quien justamente brindó el toro de su alternativa.

Abrió plaza un ejemplar de La Punta que lució un espectacular pelaje, pero luego de que en algunos momentos del tercio de muerte, su juego nos hizo albergar ilusiones fueron esos momentos precisamente, cuando el toricantano –luego de ponerse en el sitio y aguantarlo– aprovechó el corto recorrido para logar buenas tandas con la muleta en la diestra. Se fue tras la espada con gran convicción, para sepultar una entera ligeramente desprendida, que bastó para despachar a su enemigo y cosechar una oreja.

El segundo de su lote, un cárdeno de Los Cués, el único de lo que hoy se lidió, cercano a las hechuras de ese hierro. Pronto se aquerenció en el centro del ruedo, para mediada la faena apencarse definitivamente en tablas e imposibilitar cualquier lucimiento.

El ya veterano Domingo López Chávez, no tuvo tela ni para un mísero taparrabos. Sus dos enemigos pronto se desfondaron, así que, a pesar de todo su empeño –que no fue poco– no le quedó más que naufragar ante uno de cada hierro.

Pedro Gutiérrez Lorenzo estuvo entregado, y si nos atenemos a las pobres condiciones de lidia de los que le correspondieron en el sorteo, por momentos hasta de más. Con el tercero de la tarde se apretó los machos –con su segundo también– con el que logró pasajes muy toreros, sobretodo con la franela en la diestra, y cosechar un apéndice con el broche de la ejecución de una estocada deletreada y en la que, literalmente se entregó sobre el morrillo del toro.

Gerardo Adame, también tuvo que lidiar con la frustración de ver, cómo se estrellaban tantas ilusiones con los toros de su lote. El primero, bronco y parado, con el que su porfía le permitieron escuchar una ovación, como reconocimiento a una labor riñonuda. Su segundo fue tan agarrado al piso, que llegó a pararse en varios momentos hasta en dos ocasiones en el mismo muletazo. Sus fallos con las espadas, no le permitieron salir de nuevo al tercio.

A pesar de lo prolongado del festejo (casi cuatro horas), cómo respuesta a la actitud de los toreros, los tendidos apoyaron y reconocieron a los alternantes de hoy. El hombre propone, Dios dispone, vinieron estos toros y todo lo descompusieron. No rima, pero sí aplica.