La Corrida de la Oreja de Oro no tuvo el brillo esperado porque los toros no facilitaron del todo el lucimiento de la terna, que se vio obligada a sacar carácter para resolver la papeleta. Y así pasa muchas veces, en que la ilusión está puesta en el triunfo y no sucede gran cosa.
Para colmo de males, la entrada fue la menos nutrida de la feria, circunstancia adversa para los fondos de la Asociación de Matadores, adonde están destinados los recursos de este festejo.
Román fue el que obtuvo el mejor resultado: una solitaria y benévola oreja, misma que le valió para llevarse el trofeo que estaba en liza. Agradecido y feliz, el valenciano se marchó de la plaza con ganas de haber regalado un toro, pero como no lo hizo en tiempo y forma, la autoridad le denegó tan generoso gesto, y sin querer dio por concluida una corrida que tuvo pasajes de entrega y otros de tedio.
En este debut en suelo mexicano, Román mostró actitud y buena disposición en todo momento ante un lote desigual, conformado por un primer toro de José María Arturo Huerta que le dejó estar a gusto, sin más, y hacerle una entonada faena que rubricó de una estocada trasera y caída.
El de Marco Garfias fue un tanto incierto pero dejó a Román estar otra vez dispuesto y el torero español no desaprovechó la ocasión de componer otra faena meritoria que no remató con la espada.
Fermín Rivera se creció en el cuarto, al que le hizo una faena bien estructurada y con temple, luego de haber hecho un buen quite por gaoneras. El potosino se enfibró, con carácter, y le robó pases meritorios. Y cuando parecía que podía cosechar un trofeo, emborronó su entonada actuación con la espada.
La otra faena, la del toro que abrió plaza, fue tan interesante como valiente, ya que el de José María Arturo Huerta le exigió mucho. Fermín tuvo que tragarle en pasajes recios, ya que el toro acudía con fuerza a la muleta y se revolvía en un palmo de terreno. Sudó la ropa el torero de dinastía, pero sin descomponer nunca la figura, manteniendo siempre la cabeza fría.
Michelito Lagravere le pegó un par de tandas templadas a su primer toro, que fue noble y terminó deslucido, siendo el toro más grato de estar delante. El quinto le dio un fuerte golpe en una pierna a la hora de intentar una larga cambiada de rodillas y a partir de entonces ya no hubo acoplamiento, así que decidió abreviar.
La moraleja de esta tarde se resume en aquel viejo refrán que reza: "no todo lo que brilla es oro".