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Historias: Festejos novohispanos

Miércoles, 18 Abr 2018    CDMX    Francisco Coello | Foto: Archivo   
"...celebraban sucesos de la vida laica..."

Vimos en entregas anteriores, la forma en que dos cronistas novohispanos describieron lo grandioso de un conjunto de fiestas que conmemoraban la restauración de la Plaza de Orán, en África (junio y julio de 1732), donde combatió con éxito la Armada Española, y cuya trascendencia, al otro lado del mar, alcanzó a convertirse en motivo de grandes celebraciones.

Éste, junto con otros pretextos, fue un común denominador durante el intenso y polémico periodo colonial, mismo que se formalizó en marzo de 1535, concluyendo con la declaración de la independencia al finalizar 1821.

Lo importante ahora es conocer el procedimiento con que se efectuaron cientos, quizá miles de espectáculos, bajo dos principios fundamentales: fiestas “solemnes” que, a decir del investigador Germán Viveros (Escenario novohispano. México, Academia Mexicana de la Lengua, 2014) eran de origen generalmente eclesiástico y con fechas fijas, con intención doctrinaria destinada a españoles y criollos, y con nula participación de indios, mestizos y negros, con lo que quedaba anulada la integración social. Por otro lado, estaban las conmemoraciones “repentinas” con las cuales se celebraban sucesos de la vida laica, con carácter aleatorio y lúdico, opuestas al festejo eclesiástico.

Todos esos festejos tuvieron como fondo razones que sirvieran para apoyar la obra pública, por un lado. Por el otro, la sola distracción ante penurias y malestares que las hubo en mayor o menor medida. Ese criterio se extendió también al teatro, que eran dos formas, entre muchas otras, para aprovechar el pretexto de la fiesta, sin más.

Los espacios destinados eran diversos. Lo mismo podía ser el atrio de una iglesia, generalmente en construcción, que la plaza pública, o junto al quemadero de la Inquisición, por ejemplo. Se eligió también un espacio emblemático, el sitio donde los aztecas practicaban el ritual de los voladores, de ahí que se le conociera como la del Volador (1586-1815). En su mayoría, fueron construcciones efímeras, con proyecto arquitectónico de por medio, autorizado generalmente por el Ayuntamiento y que permitía el despliegue de gran ostentación.

Así que, a las fiestas oficiales o conmemorativas, como San Hipólito, la del Corpus, San Juan, Santiago o de Nuestra Señora, se sumaron todas aquellas sagradas y profanas, las que surgieron con motivo de diversas razones generadas por la casa reinante (bodas, nacimiento de infantes, asunción de nuevos reyes); las académicas o la recepción de virreyes y otros personajes de alto rango, fin de guerras y un largo etcétera. Celebrar y con fiestas de toros, fue una constante que pervivió bajo niveles en los que se destinaban altas cantidades de recursos económicos.

Incluso, si no bastaban las dos semanas que comúnmente se destinaban a ese asunto, pronto se autorizaba extenderlas por algún tiempo más, ya sea porque estaban significando de enorme beneficio, o porque ciertos personajes, adheridos a gremios involucrados, reclamaban pérdidas (como fue el caso, en más de una ocasión por parte de los “tablajeros”). Desde luego, las autoridades universitarias, reclamaban que un día sí, y otro también representaba el magnífico pretexto para que los estudiantes se ausentaran de las aulas.

Al concluir, la autoridad presentaba “Cuentas de gastos”, donde en cuidadosa información, se indicaba la forma en que se pagaron sueldos, materiales, implementos, ganados; comprobándose hasta el último tomín, grano o maravedí. Y si una no era suficiente, se presentaba la segunda.

Entre algunos ejemplos descriptivos, contamos con el de las fiestas que relata María de Estrada Medinilla en 1640, que debieron ser idénticas en esa dimensión o más a las que en la “Sencilla Relación” nos comparte Alonso Ramírez de Vargas en 1677. Comparables también debieron haber sido aquellas que nos cuenta José Mariano de Abarca, S.J. allá por 1747 y que hoy, gracias a su lectura, se puede ir de asombro en asombro, pues no escapa de su prosa todavía influida por el “siglo de oro” y con encantos del arte barroco llevado al máximo, no solo el nombre de los participantes, sino sus vestimentas o lo lujoso de las cabalgaduras y las suertes que se desarrollaron en la plaza.

 Respecto a las tres referencias, comparto aquí algunas insinuaciones. De FIESTAS DE TOROS, JUEGO DE CAÑAS, y ALCANCÍAS, que celebró la Nobilísima Ciudad de México (1640), María de Estrada Medinilla, escribió –entre otras- estas tres octavas reales:

Hoy el Toro fogoso, horror del cielo,

Por festejar la Indiana Monarquía,

Deja su azul dehesa, y baja al suelo,

Y al robador de Europa desafía:

Todos ayudan con igual desvelo,

A la solemnidad de tan gran día,

Marte da lanzas. Y el Amor sabores,

Cañas Siringa, el Iris da colores,


Caballos, y jaeces matizados;

Córdoba dio, la Persia los plumajes,

Telas Milán, Manila dio Brocados,

Las Indias Oro, el África los trajes,

Primaveras ostentan los tablados,

Diversidad de flores son los pajes,

La plaza condujera a su grandeza,

Las de la Inquisición por su limpieza.


Suspende, añada la Doncella alada

El curso, que ya estamos sobre el coso

Donde verás con proporción cuadrada,

Culto adorno, aparato generoso:

Aquí yace la Corte convocada

En lucido concurso numeroso,

Tanto, que el lince de mayor desvelo,

Apenas pudo registrar el suelo.


En la Sencilla Narración… de las Fiestas Grandes… por la mayoridad de D. Carlos II, q. D. G., en el Gobierno, México (1677), Alonso Ramírez de Vargas, apunta:

 "(…) Dióse al primer lunado bruto libertad limitada, y hallándose en la arena, que humeaba ardiente a las sacudidas de su formidable huella, empezaron los señuelos y silbos de los toreadores de a pie, que siempre son éstos el estreno de su furia burlada con la agilidad de hurtarles –al ejecutar la arremetida- el cuerpo; entreteniéndolos con la capa, intacta de las dos aguzadas puntas que esgrimen; librando su inmunidad en la ligereza de los movimientos; dando el golpe en vago, de donde alientan más el coraje; doblando embestidas, que frustradas todas del sosiego con que los llaman y compases con que los huyen, se dan por vencidos de cansados sin necesidad de heridas que los desalienten.

 "Siguiéronse a éstos los rejoneadores, hijos robustos de la selva, que ganaron en toda la lid generales aplausos de los cortesanos de buen gusto y de las algarazas [alborozo] vulgares. Y principalmente las dos últimas tardes, que siendo los toros más cerriles, de mayor coraje, valentía y ligereza, dieron lugar a la destreza de los toreadores; de suerte que midiéndose el brío de éstos con la osadía de aquéllos, logrando el intento de que se viese hasta dónde rayaban sus primores, pasaron más allá de admirados porque saliendo un toro (cuyo feroz orgullo pudo licionar [enseñar] de agilidad y violencia al más denodado parto de Jarama [región de España famosa por la bravura de sus toros]), al irritarle uno con el amago del rejón, sin respetar la punta ni recatear [evitar] el choque, se le partió furioso redoblando rugosa la testa. Esperóle el rejoneador sosegado e intrépido, con que a un tiempo aplicándole éste la mojarra [hierro acerado que se pone en el extremo superior del asta de la bandera] en la nuca, y barbeando en la tierra precipitado el otro, se vio dos veces menguante su media luna, eclipsándole todo el viviente coraje.

"Quedó tendido por inmóvil el bruto y aclamado por indemne el vaquero; no siendo éste solo triunfo de su brazo, que al estímulo de la primera suerte saboreado, saliendo luego otro toro –como a sustentar el duelo del compañero vencido-, halló en la primera testarada igual ruina, midiendo el suelo con la tosca pesadumbre y exhalando por la boca de la herida el aliento”.

Finalmente, El Sol en León. Solemnes aplausos con quien el rey nuestro señor D. Fernando VI, Sol de las Españas en que se proclamó su Majestad... (1747), anotó lo siguiente José de Abarca:

"Apenas había acabado de entrar esta segunda cuadrilla, cuando siguiendo las huellas que imprimían en la limpia arena los castizos brutos, se presentó en la plaza la tercera, gobernada por el señor don José de Vivero y Peredo, Hurtado de Mendoza, conde del Valle de Orizaba, quien, valiéndose de su ilustre título para demostración de su amor y cuerpo de su empresa, pintó en el lienzo de la adarga aquel jayán de los montes a quien sirven de corona los astros y en las llanuras de su valle, al dios Cupido que, deponiendo el arco y la aljaba, dejaba de perseguir a los hombres y a las fieras para alternar el oficio de cazador con el de hortelano, entretejiendo de todas las flores que adornaba aquella fragante esfera, un breve ramillete que con letra consagraba a su soberanía.

"Luego, don Juan José Martínez de Soria presentó en la suya un sol tocando el punto vertical de la esfera desde donde divide los resplandores del día y un hermoso girasol que en su fragante copa de nácar atesoraba como propias las luces del astro. Decía la letra:


Sólo se mueve esta flor

Con el planeta mayor.


"Este mismo luminar estampó en la suya don Diego de Saldívar y Castilla, aunque no en la misma estación de su carrera, sino en la última, en que, encendido topacio, tramonta el carro de sus luces para proseguir en los antípodas el infatigable desvelo de su universal providencia. La letra decía:


Si este sol da vida, activo,

A dos orbes en que nace,

Nunca yace, cuando yace.


"Un laurel y una palma (ambos timbres del valor y crédito de los trofeos), coronados de una verde oliva, mostró el señor don Miguel de Lugo y Terreros, como anuncio dichoso, a lo que parece, de que logrará su Majestad multiplicados triunfos y coronará sus glorias con una paz dilatada. Eso parece que significaba el mote Erit altera merces (Habrá otra recompensa).

"Como reina jurada de cuanta pluma puebla la vaga región del aire, dio en la suya don Juan del Valle, una águila con corona y cetro, extendidas las alas y sobre cada una de ellas un clarín, que por su boca gritaba a la América a quien, parece, representó:


Sólo puede un ave real

Dar gloria y nombre inmortal


El señor don Justo Trebuesto y Dávalos, conde de Miravalle, pintó en la suya un valle matizado de diversas flores, bañadas con la luz de un hermoso sol. Su letra decía:


Si este valle está lucido,

Y se mira gastar flores,

El sol le da los colores.


Terminó esta tercera cuadrilla don Antonio Javier de Arriaga y Bocanegra, quien delineó en la adarga un brazo manteniendo un cetro, sobre cuya punta estribaba una cigüeña. El mote lo pidió a la erudición romana, trasladando a honor de nuestro Monarca aquel Pietas Augusta (Piedad Imperial), que Augusto Emperador grabó en una medalla, donde mandó imprimir una cigüeña por símbolo de su piedad.

Estas fueron las lucidas empresas que dieron a la publicidad en sus adargas los caballeros, las que llevaron embarazadas todos los días que duraron sus festines, yendo también todos armados de lanzas con garboso descuido, tendidas sobre el muslo derecho y cuellos de los inquietos brutos, dejándolas luego que paseaban la plaza, para que sin su embarazo se ejecutasen las suertes prevenidas, con la destreza que se deseaba”.

Dichos festejos fueron admirados por miles de asistentes que disfrutaron lo espectacular y maravilloso de su natural y deliberado despliegue. Y como el título del libro de José Deleito y Piñuela: También se divierte el pueblo… (1944), nos retiramos satisfechos, dispuestos para nuevas ocasiones.


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