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Historias: En recuerdo de Manuel Horta

Miércoles, 14 Mar 2018    CDMX    Francisco Coello | Foto: Archivo   
"...últimos alientos literarios de una época..."

Manuel Horta (1897-1983) escritor de fina pluma, pronto siguió la ruta de algunos autores neocolonialistas como Artemio de Valle-Arizpe, Julio Jiménez Rueda o Manuel Romero de Terreros que, al amparo de maestros como Vicente Riva Palacio (Monja casada, virgen y mártir o Martín Garatuza), Luis González Obregón (Croniquillas de la Nueva España, Las Calles de México y otras), que en conjunto dejaron los últimos alientos literarios de una época aparentemente superada, pero que aún poseía valores tan abundantes, lo cual hacía imposible abandonar tan interesante como polémico periodo histórico.

Creador de obras como "Vitrales de Capilla" (1917), "Estampas de antaño" (1919), "El tango de Gaby" (1919), "El caso vulgar de Pablo Duque" (1923), "Vida ejemplar de D. José de la Borda" (1928), "Estampas de antaño" (1942), "Ponciano Díaz. Silueta de un torero de ayer" (1943), "Siluetas en la neblina" (1977) y "Patio de cuadrillas. Antología de la prosa taurina de Manuel Horta" (1988), el recordado autor urde en personajes que entre la leyenda o la anécdota construyeron diversos pasajes coloniales y que su prosa supo darles el giro literario apropiado, con lo que esas historias alcanzaron niveles de auténticas cancioncillas, como concebidas para un cancionero, a la manera de los villancicos de sor Juana Inés de la Cruz.

Y Horta no solo tuvo ese delicado empeño, sino que también fue un reconocido periodista. De nuestro personaje, de quien por cierto está pendiente una mejor biografía, así como recoger todas aquellas publicaciones donde colaboró no solo bajo la idea de concebir textos con el abanico abierto de los temas virreinales, hay mucho que escribir. También fue cronista en la cosa taurina, por lo que se conocen evidencias suyas publicadas en "Revista de Revistas", de la que fue director en los años cuarenta del siglo pasado o "La Lidia".

A lo anterior, debe agregarse la conocida biografía que escribió en torno a Ponciano Díaz, a quien no alcanzó a ver, pues Ponciano muere en 1899. Sin embargo, fue tan notoria la estela de recuerdos que dejó el de Atenco en el imaginario colectivo, que aquello se convirtió en suficiente materia para realizar el libro mencionado.

En "Ponciano Díaz. Silueta de un torero de ayer", al igual que lo hizo Armando de María y Campos en "Ponciano, el torero con bigotes", la publicación de ambas, fruto de la casualidad, se dio en 1943. Los intentos de concebir el perfil del ídolo popular, llevaron a dichos autores, y a Horta en particular, a escribir una aproximación sobre Díaz Salinas, de quien destaca más lo anecdótico que lo concreto en sus acciones en las que como es circunstancial al hombre, asoman aciertos y errores. Pero lo más importante, es que gracias a los notables triunfos que cosechó el torero, ello sirvió en buena medida para que Horta recreara diversos pasajes, como es el caso de la célebre inauguración de la plaza “Bucareli”, hecho que ocurrió el 15 de enero de 1888.

El que fuera también cronista taurino en Excelsior, poco a poco fue dejando un legado que si lo apreciamos con intención de conocer su estilo tan cerca como sea posible, entenderemos que quien lo hizo fue un escritor de altos vuelos, quien se cultivó a la sombra de la “crema y nata” de grandes autores mexicanos y universales.

Ponciano Díaz (…), el libro del que vengo mencionando algunos de sus más notables detalles, mereció ser reeditado en 1980 por el gobierno del estado de México, bajo la égida de Mario Colín, entonces Director del Patrimonio Cultural y Artístico. Reconoce Colín las virtudes de Horta al punto de que se pueden encontrar algunos datos biográficos más de don Manuel, quien fue hijo de D. Aurelio Horta, quien también fue periodista, y de que antes de saltar a la fama como el gran autor que fue, tuvo oportunidad de colaborar en revistas como "Arte y Letras", "Ilustración Nacional", "Tricolor", "Álbum Salón", "Roo y Gualda", así como de los periódicos El Heraldo de México y Excelsior. También lo hizo en Jueves de Excelsior, de la que todavía seguía siendo su director en 1980.

Hay otro libro que es una maravilla y que se recomienda ampliamente. Me refiero a "Siluetas en la neblina", aparecido en 1977 y que, para los estudiantes en ciencias de la comunicación de cualquier escuela destinada a preparar a futuros periodistas, debe ser obra de consulta fundamental, pues uno a uno los textos que allí aparecen, se convierten en auténticas lecciones sobre el oficio que llevan a cabo estos profesionales. Ha sido un libro cuya lectura y relectura hago desde hace muchos años como si fuera la primera vez; y siempre me deslumbra. Las caricaturas y apuntes de Freyre son geniales.

Es una pena que personajes como el que hoy se recuerda, vayan siendo olvidados por las nuevas generaciones y es un buen momento para recuperarlos en justo homenaje de su paso por este mundo.

En torno a los toros, poco a poco esa labor con la que se salva del ostracismo a plumas reconocidísimas, permite compartirles el hecho de que ya se tienen datos muy importantes sobre Carlos Cuesta Baquero, Flavio Zavala Millet, Luis Spota, Renato Leduc, Josefina Vicens, Esperanza Arellano, Roque Armando Sosa Ferreyro, sin faltar dos, que siendo españoles, es posible redescubrir una luminosa trayectoria en dicho oficio. Me refiero a José Alameda y Manuel García Santos.

Y cierro esta ocasión, con las notas introductorias que Manuel Horta escribió en su ya célebre Ponciano Díaz. Silueta de un torero de ayer, evocando de alguna forma cómo se concibió dicho libro.

"Desde tempranísima edad, escuche ese nombre. ¡Ponciano Díaz!... ¡Ponciano Díaz!... Yo hubiera deseado entonces tocarlo como a un juguete, arrancarle un bordado de la chaquetilla o que me permitiera divertirme con su sombrero de charro en el que las mejores bordadoras del siglo diecinueve dejaban arabescos y flores de oro a costa de un heroico trabajo cerca de las velas parpadeantes”.

Y luego, al andar de esta descripción primera, Horta comparte con nosotros el siguiente detalle:

"Nada como aquel retrato de Ponciano litografiado, y en posición de entrar a matar. Yo lo soñaba con la montera historiada, la corbatilla flotante, los alamares de amarillo cegador, la faja de seda y las medias de saltimbanqui. No hubiera yo podido concebir más sugestivo y atrayente. Era una estatua, un compendio de majestad y valor, de señorío y de elegancia”.

Nunca mejor oportunidad para recordar a Manuel Horta.


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