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Un Nobel "peruano y oro"

Viernes, 16 Feb 2018    Morelia, Mich.    Quetzalcóatl Rodríguez | CC Tres Marías   
...encontramos el justo medio entre las letras y la tauromaquia...
Mario Vargas Llosa es el gran escritor contemporáneo de los maleficios del poder, quizá pocos como él han explorado en potencia la atmósfera que envuelve y rodea a los dictadores y autoritarios del mundo; en sus primeros años, el pequeño Mario tiene una infancia errante, un peregrino instintivo rodeado de historias familiares y gratos recuerdos, como esa puntual evocación que bien marcó una de sus grandes aficiones cuando: "aquella soleada tarde en que el abuelo Pedro –yo debía de andar por los ocho o nueve años de edad– me tomó de la mano (…) se divisaba todo el valle de Cochabamba y donde estaba la placita de toros de la ciudad, para presenciar la primera novillada de mi vida, yo era ya poco menos que un experto en tauromaquia".

Este peruano licenciado en Literatura en la Universidad de San Marcos en Lima, en 1952 estrenará su drama titulado "La huida"; sin embargo, para Germán Vargas la verdadera carrera literaria del joven Mario comienza con su novela "La ciudad y los perros", texto que desató un verdadero escándalo por la denuncia social que implicaba; libro básico para el estudio de la literatura hispanoamericana,  un discurso contra la brutalidad ejercida en un grupo de jóvenes alumnos del Colegio Militar Leoncio Prado, también es un ataque frontal al concepto erróneo de la virilidad, de sus funciones y de las consecuencias de una educación castrense malentendida.

Un Vargas Llosa doctorado en Madrid, una estancia española que llevaba consigo un ídolo a cuestas como él mismo lo describe: "Para ver a Ordóñez [Antonio] tomaba trenes y hacía largos viajes y, por supuesto, concebía fantásticos proyectos literarios: llegar hasta él, amigarnos y acompañarlo por las plazas de toros de toda España a lo largo de una temporada entera, para escribir un libro sobre él que nos, o que en todo caso me, inmortalizaría”.

En palabras del literato Alonso Cueto, Vargas Llosa es uno de los pocos escritores en el mundo que domina estilos diversos que con frecuencia fusiona y contrasta en sus novelas. No parece haber una zona de la vida o una forma del lenguaje cuyo interés le sea ajeno, cuando entra en una discusión de ideas, es un polemista cuyos argumentos crecen y se hacen más complejos en medio del intercambio, argumentos que mucho ha sumado a favor de la tauromaquia como práctica cultural con significados altamente profundos, y en ello el Nobel infiere: “la profundidad efímera de un espectáculo teatral, algo que tiene de rito e improvisación, y que se carga, en un momento dado, de religiosidad, de mito y de un simbolismo que representa la condición humana (…) los toros representan una forma de alimento espiritual y emotivo tan intenso y enriquecedor como un concierto de Beethoven, una comedia de Shakespeare o un poema de Vallejo.

Uno de los escritores que mucho admiró Vargas Llosa es Gabriel García Márquez, con quien al paso de los años tuvo enconados desencuentros. Sin embargo, el peruano sí reconoce "Cien años de soledad" como la novela perfecta, una novela total por su materia, en la medida en que describe un mundo cerrado, desde su nacimiento hasta su muerte, con una escritura de una naturaleza exclusiva, irrepetible y autosuficiente.

Con Vargas Llosa encontramos el justo medio entre las letras y la tauromaquia ya que traslada a sus artículos su visión del toreo, en sumario repaso a toreros y etapas donde demuestra poseer notables conocimientos y un excelente dominio de la técnica y de la jerga a la hora de postularse como crítico taurino, la tauromaquia como un terrible y dramático juego donde: "la lidia adquiere un estado de absoluta armonía entre el toro y el torero que, como atentos a una rigurosa coreografía, con minuciosa sincronización, se acercan, rozan (…) como en el poema de Lautréamont que los surrealistas convirtieron en divisa, dejan de ser irreconciliables los contrarios: el hombre y la bestia, el ingenio y la fuerza, la vida y la muerte, el odio y el amor".

En conclusión, la visión táurica del escritor peruano radica en el sacrificio religioso, en el ceremonial, en las reglas y en el compromiso por reproducir la autenticidad de la vida diaria social e individual, por medio del equivalente reto en forma de duelo que en la arena de la plaza mide al torero –representante de todo hombre pero transfigurado en héroe– con el toro, eso en lo que concluye tajante:

"Lo que nos conmueve y embelesa en una buena corrida es, justamente, que la fascinante combinación de gracia, sabiduría, arrojo e inspiración de un torero, y la bravura, nobleza y elegancia de un toro bravo, consiguen, en una buena faena, en esa misteriosa complicidad que los encadena (…) al mismo tiempo de la intensidad de la música y el movimiento de la danza, la plasticidad pictórica del arte y la profundidad efímera de un espectáculo teatral".

Bibliografía:

Cueto, Alonso. "Mario Vargas Llosa: libertad de movimiento", en Letras Libres No. 54, 2006, pp. 52-55.

Vargas, Germán. "Vargas Llosa y la vocación literaria", en Boletín Cultural y Bibliográfico, Vol. 10, No. 12, 1967, pp. 158-160.

Vargas Llosa, Mario. "Cien años de soledad: realidad total, novela total", en Cuadernos hispanoamericanos No. 681, 2007, pp. 9-34.

"Torear y otras maldades", Diario  El País, Madrid, 18 de abril de 2010.

"La capa de Juan Belmonte", Diario  El País, Madrid, 2 de noviembre de 2003.

"La última corrida", Diario  El País, Madrid,  2 de mayo de 2004.


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