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Historias: Sobre la ganadería de Santín

Miércoles, 14 Feb 2018    CDMX    Francisco Coello | Foto: Archivo   
"...tenían abundante pelo rizado en la jeta..."

Conforme nos acercamos al conocimiento de la tauromaquia en México, descubrimos valores que le dan un sentido absoluto de riqueza, misma que se ve reflejada no solo en el cúmulo de referencias históricas. También lo es desde la perspectiva de otro conjunto de soportes (como carteles o fotografías, por ejemplo) o el siempre ameno compendio de anécdotas o efemérides.

Por estas y otras razones, resulta muy grata la tarea que emprendemos los historiadores, que nos vemos y sentimos obligados a explicar el porqué de su presencia, la que nos habla por ejemplo, de su fuerte vínculo con lo religioso, como también sucede en el orden social o político; e incluso con aspectos de beneficencia, donde su presencia ha sido tan evidente como generosa.

Pues bien, de esa interminable lista de temas, traigo uno hasta aquí, el cual tiene que ver con el hecho de que hace unos días estuve en sitios que pertenecieron a la ya extinta ganadería de Santín, la que en sus tiempos de gloria, se anunciaba como la de “los toros nacionales” o los “santineños”.

En realidad, ese ganado, por razones muy específicas, conservó un fenotipo que ostentaban un a particular presencia que fueron peculiares, sobre todo durante los años que van de 1835 a 1930. 1835 porque es el año en el que, gracias a unos manuscritos que llegan a nuestros días, es posible saber que entre los ganados mayores, se contaba con el destinado específicamente para la lidia. Y 1930 porque es el año en el que, al morir José Julio Barbabosa Saldaña, uno de sus propietarios (y quien llevó las riendas de dicha unidad de producción agrícola y ganadera desde 1886 y hasta 1930), el impulso a Santín fue toda una notabilidad.

En un trabajo persona destinado a reconstruir el ritmo de dicha hacienda, puedo apuntar que José Julio materialmente se entregó a quehaceres y compromisos como pocos.

Como hacendado, su forma de ser y su carácter, lo encaminaron por senderos difíciles de explicar y de entender si no es a la luz de los propios documentos que existen; por fortuna muy abundantes, mismos que han sido de enorme ayuda para entenderlo mejor.

Un religioso convencido, un hombre que ostentaba el perfil de algunos de los propietarios que así han sido vistos o entendidos al formar parte del “porfiriato” (ese amplio periodo que inicia en 1877 y culmina en 1911, encabezado por el Gral. Porfirio Díaz y que tuvo además, un ritmo intermitente a lo largo de esos casi 34 años de control en el poder).

Barbabosa fue consciente al articular todo un registro basado en documentos, muchos de ellos escritos de puño y letra, acompañados de fotografías de toros en el campo, siendo las primeras, aquellas que mandó hacer desde la última década del siglo XIX.

Por eso, cuando se refiere al juego que dieron sus toros en esta o aquella plaza, es porque se aprecia una desmedida exaltación, e incluso un juicio sensato cuando uno o más ejemplares no cumplieron como eran sus deseos.

Todo esto y otro conjunto de detalles es el resultado de ese feliz recorrido por antiguos testimonios que tuve el privilegio de consultar, sirviendo todos ellos para reconstruir fielmente la dinámica de esa peculiar ganadería mexiquense.

Y lo fue porque José Julio Barbabosa conservó la pureza de esos toros los que, en su mayoría eran criollos, sin cruza alguna hasta que, en 1924 adquirió una punta de la ganadería española de D. Antonio Flores, de las razas del Duque de Braganza, Marqués del Saltillo y Santa Coloma. Hasta entonces, los “santineños” eran en su mayoría, toros silletos (del toro hundido del espinazo), cuya prominencia es notoria en buena cantidad de imágenes, justo como la que ilustra esta colaboración, misma que corresponde al toro N° 58, nacido en 1895.

De encornadura muy pareja, astifinos, cornivueltos, aunque no faltaban aquellos alacranados, veletos. Otros tantos, tenían abundante pelo rizado en la jeta y en su mayoría, infundían respeto pues siempre se trató de ganado poderoso, demostrando tal virtud en la suerte de varas, con la consiguiente baja en la caballada.

Célebre fue, por ejemplo, "El Garlopo", toro que abrió plaza en la inauguración de la plaza del Paseo Viejo de San Francisco en la ciudad de Puebla, hecho que ocurrió la tarde del 28 de marzo de 1880. Tal fue la pelea que mató siete “sardinas” y hubo necesidad de pasar al siguiente tercio pues no había más caballos en la cuadra. Su lidia fue ejemplar, aún tratándose ya de un viejo semental. Lo estoqueó Bernardo Gaviño y su efigie, de cuerpo entero fue disecada, montada en un pedestal, quedando a la vista por muchos años en la entrada de la “Casa Barbabosa”, en el centro de Toluca.

Pasaron muchos años, y apenas hace unos días (precisamente el 10 de febrero) hubo manera de salvar esa pieza que estuvo a punto de perderse. Será necesaria una buena restauración, y seguramente, cuando ya se encuentre en condiciones, podrá ser vista y admirada de nuevo.

"El Garlopo" parece representar la suma de infinidad de capítulos que acumuló Santín, ganadería que hoy decidí evocar, dada la naturaleza de su historia, que arranca en la posesión de tierras que tuvo, allá por 1539 el arzobispo fray Juan de Zumárraga, que luego, con el paso de los años, pasó por varias manos, hasta que, a finales del siglo XVIII, uno de sus propietarios, D. Pedro Santín, le dio su nombre. En el primer tercio del siglo XIX, D. José Julio Barbabosa, padre adquiere la hacienda y, hasta hace algunos años perteneció a los descendientes de la familia, siendo Celia Barbabosa (q.e.p.d) quien, junto a su hijo César, mantienen parte de esa historia, ahora con otro fierro quemador y colores de divisa.

El salvamento de esta pieza supone la posibilidad de conocer detalles como la forma en que se desarrolló una fiesta, la de hace poco más de 130 años y que tiene todo un conjunto de significados los cuales, y en la medida de lo posible seguiré abordando con mucho gusto.

Quiero, antes de terminar, compartir la curiosa forma en que José Julio Barbabosa, en buena parte protagonista de este capítulo, llamaba a sus toros. Allí están nombres como "Relámpago", "Acosil", "Lusero" (sic), "Porfiado", "Mezcal", "Malcriado", "Fandango", "Chinaco", "Federal", "Apache", "Lechuso"… y otros tantos términos que resultan en nuestros días, meras curiosidades


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