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Sentimiento y torería, buena mezcla

Domingo, 07 Ene 2018    CDMX    Juan Antonio de Labra | Foto: Hidalgo           
Jerónimo cortó una oreja y Juan Pablo Llaguno se sacó la espina
El cartel de hoy en la Plaza México no decía mucho para el gran público, tan es así que la entrada fue tan floja como en las dos tardes anteriores. Sin embargo, sí tenía miga para los aficionados y los profesionales, que siempre están ávidos de ver cosas distintas o interesantes.

De tal suerte que otra vez un "domingo siete" -como aquel de la resurrección de El Pana hace exactamente once años- tuvo esa moraleja: nunca se sabe qué va a ocurrir, y por eso en cualquier momento puede surgir la inspiración, como la que tuvo Jerónimo con el cuarto toro de la tarde, o la demostración de actitud y toreros de Juan Pablo Llaguno con el tercero.

Y en medio de ambas historias, la del torero veterano que busca abrirse un hueco y volver a funcionar, y la del joven espada que viene a sacarse la espina, transcurrió el desarrollo de un festejo en el que a Antonio Lomelín lo traicionó su verdor. Era de esperarse porque está muy poco toreado.

La corrida de Caparica, fuerte, bien criada y con edad, fue una prueba interesante para la terna, y salvo el cuarto de la tarde, que tuvo calidad y un buen pitón derecho, el resto de los toros, con sus matices, exigieron el carné. Había que estar alerta. Tan es así que Jerónimo no se salvó de un fuerte arropón al salir un toro de un tumbo a su picador, ni tampoco cuando entró a matar "a toma y daca" con arrojo, y mucho menos Llaguno, que voló tres metros de altura en una voltereta muy fea, con su consiguiente paliza posterior. Si a Lomelín tampoco le pasó nada fue porque tuvo suerte, pues pecó de cierta ingenuidad con el de la ceremonia, que a punto estuvo de echarle mano.

En este sentido, la corrida de la divisa debutante mantuvo le interés del público en todo momento, y eso es muy saludable en una época en que las ganaderías llamadas “comerciales” no suelen aportar casi nada hasta que sale ese toro bueno que justifica que sean elegidas por las figuras. Pero cuando no sale, hay que tragarse mucho tedio. Y el encierro de Caparica fue la antítesis de eso, pero sin llegar a brillar como lo ha hecho, en esta plaza y otras, con toros más completos, ya que no los hubo.

Y con ese que tuvo el buen pitón derecho, el segundo del lote del poblano, se pudo hacer el toreo al que Jerónimo ha sido fiel desde hace más de dos décadas: toreo de sentimiento, de trazo "arrancherado", claro homenaje a su tío abuelo, El Ranchero Aguilar, y de pinceladas de un público que venía, mayoritariamente, a verlo a él.

La sabrosura de sus muletazos, la sinceridad de su actuación, y la recia estocada con la que despenó al toro, fueron los instantes más gozosos de una tarde en al que el torero criado en Tlaxcala dejó entrever que se le puede considerar para otros carteles, pues tiene la gran ventaja de estar poco visto en las monumentales, y de torear muy sabroso cuando un toro se lo permite y él se acomoda.

Y no sólo en esa faena al cuarto ejemplar de la tarde trató de estar bien, centrado y con oficio, sino también con el segundo, que tenía menos prestaciones de lucimiento. Así que solventó la papeleta con nota aprobatoria.

Esa misma calificación obtuvo Llaguno, que salió con una magnífica actitud y tuvo una dignísima reaparición en La México tras aquella tarde aciaga con los "josejulianes" de su tío José Miguel Llaguno que enfrentó en noviembre de 2016, y con los que no apuntó prácticamente nada, ni tantita ambición siquiera.

Ahora en cambio estuvo torero y dispuesto, con un aire lidiador y gran claridad de ideas en una faena de mucho mérito ante el tercero, un toro grandón y basto que no fue fácil. Y a base de colocación, temple, suavidad y gracia, consiguió hacer una faena de interés.

Lástima que no estuvo fino a la hora de matar porque le hubiera tumbado una oreja de peso. No obstante, dejó constancia de que tiene sello y una forma de torear que recuerda a esos maestros sevillanos de otra época, como su tío Manolo González, por su naturalidad y su torería. Y eso no lo venden en las boticas, ¿eh?

El quinto fue un toro un tanto resabiado después de haber brincado al callejón, muy cerca de nuestro burladero de transmisiones, donde trozó el cable de Internet que nos servía de enlace. Se cargó el de Caparica la señal, y se cargó también la ilusión de que Llaguno pudiera mostrar de nuevo ese talante torero de su toro anterior. Aunque lo intentó con arrestos, la condición del toro no permitió florituras.

También Lomelín trató de afanarse con el sexto, que no fue fácil, pero no alcanzó a levantar vuelto su faena salvo en las ajustadas y valientes manoletinas finales que calentaron el ambiente, una clara evocación de ese valor espartano y tan personal de su padre, que era un "tío", como se dice.

Ahí está otro cartel de corte un tanto similar anunciado el próximo domingo. La recomendación es que no hay que perder de vista a Diego Sánchez, que puede dar una grata sorpresa. Ni qué decir de Ignacio Garibay, contemporáneo de Jéronimo, y otro veterano con sentimiento a la mexicana. Y con José Garrido, mucho ojo. Los toros serán de Arroyo Zarco. Esperemos que embistan.

Ficha
Ciudad de México.- Plaza México. Octava corrida de la Temporada Grande. Unas 6 mil personas en tarde agradable. Toros de Caparica, bien presentados, de juego desigual, de los que destacó el 4o. por su calidad. Pesos: 538, 521, 557 y 523, 555 y 515 kilos. Jerónimo (negro y oro): Vuelta con protestas tras aviso y oreja. Juan Pablo Llaguno (grana y oro): Ovación tras aviso y silencio. Antonio Lomelín (negro y oro), que confirmó la alternativa: Silencio tras aviso y silencio. Incidencias: Lomelín confirmó la alternativa con “Divino”, número 114, cárdeno bragado, con 538 kilos. Al final de la corrida, el público llamó a saludar a los ganaderos de Caparica, que lo hicieron desde el tercio.


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