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Desde el barrio: El enemigo de la posverdad

Martes, 19 Dic 2017    Madrid, España    Paco Aguado | Opinión   
...Es evidente que José Tomás sigue molestando, y mucho, a quienes...
Extraños estos tiempos taurinos -y no taurinos- en los que hay que explicar y justificar lo evidente, en los que la extendida y torticera posverdad, que también ha llegado al toreo para tergiversarlo, pretende negar lo que se muestra con toda nitidez ante los ojos de todos como un clamor, con una fuerza arrolladora, sin aditivos ni colorantes.

Hace hoy justo una semana que en la Monumental de México se produjo uno de esos hechos apabullantes que luego hay quien intenta obsesivamente reducir a la nada, como si la catártica experiencia vivida en directo por miles de personas, en concreto cuarenta mil en un día laborable, hubiera sido apenas una alucinación colectiva, un programado efecto especial de volátiles consecuencias.

Pero, por absurdo que parezca el hecho, hace ya tiempo que nos hemos ido acostumbrado a presenciarlo, sobre todo cuando torea José Tomás: cada vez que el de Galapagar hace una de sus contadas apariciones en público se pone en marcha automática, inevitable y previsiblemente el mecanismo con precisión suiza de la posverdad taurina.

Las ruedas del artificioso engranaje van dando vueltas y más vueltas, como las piedras del molino, en su afán de triturar el auténtico grano dorado que destaca de entre tanta paja escénica y mediática, en una constante y frenética persecución a quien, no en vano, se antoja como el principal objetivo a batir, el enemigo público número uno de las verdades a medias y las mentiras interesadas del sistema taurino actual.

Es evidente que José Tomás sigue molestando, y mucho, a quienes pretenden imponer esa gris y barata posverdad que amenaza el futuro más inmediato de este espectáculo, incluso aunque su presencia se reduzca a esas aisladas, pero determinantes, actuaciones que indefectiblemente se convierten en auténticos acontecimientos.

Y es que contemplar, aunque sea resumida en tres minutos de video, esa antología de autenticidad que el señor Román Martín desplegó en el ruedo de la México el martes pasado no deja de ser toda una carga de profundidad contra la rutina y la mediocridad imperantes, en cuanto que supone un auténtico "mal ejemplo" para el resto del escalafón.

Sí, José Tomás molesta por el mero y brutal contraste que significa su toreo de máximo compromiso en estos tiempos de extendida técnica especulativa, de falsas apariencias estéticas y un mando engañoso, por demasiado asegurado, sobre las embestidas. Cada estrecho lance y cada descomunal muletazo suyos, de tan intensos, de tan sinceros, son una bofetada a las grandes marcas del fast food de la tauromaquia moderna.

Y si molesta su forma de hacer,  también, o más, molesta su forma de estar, esa envidiada e inmensa libertad que se ha trabajado con absoluta lealtad a sí mismo para manejar su carrera, para decidir cuándo y por qué se juega literalmente la vida, por mucho que gracias a ella las empresas obtengan enormes beneficios cada vez que consiguen colocar su nombre en los carteles.

Es cierto que torea poco, que no se deja ver, que un paseíllo al año no es suficiente agarradero para elevarlo a unos altares en los que, por otra parte, ya recaló hace años. Pero el caso es que cada una de esas actuaciones con cuentagotas, como la del pasado martes, tiene el peso específico de veinte tardes de otros muchos compañeros, precisamente por la suma de tantos factores única y estrictamente taurinos que hacen que miles de personas, esa "tribu" que desprecian algunos "gurús", le sigan en peregrinación.

Y es precisamente a esos miles de "abducidos", de "engañados", de "fanáticos", de fieles seguidores del "montaje" tomasista, a los que unas docenas de autoproclamados o forzados guías morales de la posverdad pretenden obligar después a pedir perdón por haberse dejado llevar del entusiasmo en cada tarde de éxtasis, en cada muestra inconfundible del máximo compromiso torero.

Extraños tiempos son estos, sí, en los que nos quieren hacer pasar por "el malo de la película" a uno de los más grandes toreros de la historia. Aunque, por otra parte, no deja de ser lo normal cuando, a todos los niveles, los mediocres y los acomplejados pretenden hacerse valer desde el fondo de sus grises madrigueras, su hábitat natural para los restos.


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