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Historias: Ratas y Mamarrachos

Miércoles, 11 Oct 2017    CDMX    Francisco Coello Ugalde | Foto: Archivo   
"...gozaba de una buena cantidad de periódicos y semanarios..."

Hace justos 114 años, circulaba por primera vez una curiosa publicación taurina denominada así: "Ratas y Mamarrachos", cuyo primer y único director fue, durante ocho años más, el polémico periodista Carlos Quiroz "Monosabio" (ca. 1880 – 11 de mayo de 1940).

En aquel entonces, la fiesta taurina mexicana, gozaba de una buena cantidad de periódicos y semanarios dedicados a juzgar dicho espectáculo, con lo que la aparición de una más, representaba no un exceso propiamente dicho, sino la posibilidad de contar con nuevos elementos para enriquecer la contemplación hacia la diversión misma.

El primer número que da motivo a las presentes notas, refiere la aparición de un jocoso semanario de ocho páginas. Con respecto al nombre del título, su primer editor y propietario Ángel Vega señalaba que los toros que se lidiaban en nuestro país eran “ratas” y los diestros “mamarrachos”. Circulaba los domingos cuando había corrida, una hora después de terminada y cuando no había, los sábados en la mañana. Se publicaban anuncios de la temporada de la plaza de toros “México” y de la plaza de toros “Chapultepec”. Contenía secciones como: La corrida de hoy, la corrida de Covadonga de España. En sus colaboraciones se narraban historias de famosos toreros y de las actividades propias del ramo. Contenía una guía taurina de matadores y banderilleros de la época.

Entre sus propósitos expresaba que “Es costumbre en toda publicación que ve por vez primera la luz pública, que en el primer número expongan sus redactores el programa a que han de ajustar sus actos, la norma que ha de regir su conducta y que manifiesten cuáles son sus aspiraciones, cuáles sus ideales.

"Siguiendo esta costumbre, el grupo de aficionados al viril espectáculo español que se han reunido a fin de sostener este periódico, sin más móvil, sin más intereses que contribuir con su grano de arena al engrandecimiento y prosperidad de fiesta tan hermosa y tan arraigada en nuestras costumbres; hacen hoy ante sus lectores, aunque sea en pocas líneas, ya que el tamaño que por ahora tiene este periódico no permite extenderse lo que desearan la protesta de rigor y al mismo tiempo ponen de manifiesto lo que ellos pueden dar de sí, y lo que esperan del público aficionado".

…Y terminaba escribiendo:

"Los redactores de éste periódico harán lo imposible por sostenerse lo más que pueden, pero necesitan de la valiosa ayuda de la afición y eso es lo único que humildemente solicitan".

En el volumen que se revisó, encontré un interesante texto, que no tiene desperdicio y que deja comprender el estado de cosas que se vivía precisamente en 1905, con lo que para entenderlo de mejor manera, conviene traer hasta aquí las reflexiones del propio Monosabio. “RATAS Y MAMARRACHOS”, año IV, Nº 84 del 26 de noviembre de 1905, p. 2. LOS PROGRESOS DEL TOREO (EL MODERNISMO EN ACCIÓN)

Haré eco a los aficionados viejos, a los que a cada momento nos repiten que todo tiempo pasado fue mejor; a los que suspiran por los tiempos de María Castaña.

Siempre que he leído algo del tiempo viejo, en que ciertos escritores nos refieren las mil y una maravillas que hacían los toreros de su tiempo, aquellos seres conjunto y dechado de perfecciones; no he podido menos de echarme a reír.

Según esos estimables ancianos, solo los toreros de su tiempo sabían lo que entre manos traían, sólo en su tiempo se sabía lidiar y ver toros... Hoy ni se lidian toros, ni hay toreros, y menos aún, son aficionados los que a las plazas asisten; son... ¡qué se yo, el nombre que les dan!

Siempre que algún escrito de esos, de tiempos que fueron, ha caído en mis manos, lo he devorado de cabo a rabo con toda atención y lo diré nuevamente: no he podido menos que sonreír cuando he acabado de leer las fantasías de tan estimables caballeros. 

Reflexionando un poco, he caído en la cuenta que sus autores no inventan ni fantasean a sabiendas, no; lo dicen con toda ingenuidad y están convencidos de lo que escriben.

Únicamente, que lo ven todo bajo el prisma color de rosa de sus recuerdos: al llenar las cuartillas, acude a su mente aquella lejana época en que eran unos mocetones, cuando la sangre caldeaba sus venas y la vida les ofrecía halagüeñas esperanzas. Por eso están íntimamente convencidos, que lo de su época era mejor, porque entonces no sumaban tanto calendario, ni habían sufrido tanta decepción.

Nos dicen con toda seriedad, que todo ha decaído; que hoy no valen nada los toros, toreros, ni aficionados y hay que convenir que quienes han decaído y han venido a menos so ellos, que bajan a grandes zancadas la cuesta de la vida.

No soy de los que creen, que el toreo ha decaído, todo lo contrario. El toreo siguiendo la evolución de todas las cosas, ha progresado de manera notoria, su evolución es palpable y aunque se cree lo contrario, hoy se torea más y mejor que antaño y el arte de Cúchares se le han abierto nuevos horizontes.

El espectáculo ha sufrido una transformación en su modo de ser, se le han marcado nuevos derroteros, pero no ha decaído de ninguna manera.

¿Qué los toros de entonces eran unas Catedrales, unas verdaderas fieras indómitas por su bravura y con mayor poder que un ciclón? ¡Bah!

¿Qué los toreros de antaño eran fenómenos, propiamente dichos, prototipos del valor y la gentileza, maestros consumados en su arte y que una tarde con otra llevaban a cabo hazañas difíciles de realizar y... de creer? ¡Bah!

¿Qué hoy no son toros los que hoy se lidian, sino insectos asquerosos que si aquellos diestros se los hubieran echado, se los habrían comido de un bocado, sin paladearlos siquiera, y que hoy no tenemos toreros dignos de tal nombre, sino una colección de títeres presuntuosos, que ni para descalzar a aquellos servirían? ¡Puede! Pero ¿quién nos asegura, que aquellos fueron realmente como nos los pintan?

El mentir de las estrellas

Es un seguro mentir,

Porque nadie ha de ir

A preguntárselo a ellas.

De acuerdo: aquellos aficionados, cuando nos cuentan lo que en sus mocedades vieron, no hacen más que vernos la oreja. Pero... ¿no habrá nada de cierto en sus afirmaciones? Sí que lo hay, y mucho.

En primer lugar, aquellos toreros, más que por interés, y menos que por nada, lo eran por afición, por la popularidad, por la gloria; por eso eran ídolos del pueblo. Por eso el pueblo los veía como cosa suya.

No eran como los de ogaño, que tan solo frecuentan el trato de los magnates, sino que como hijos del pueblo, vivían entre este, se rozaban con él, por eso el pueblo sentía sus aflicciones como cosa propia y se regocijaba con sus alegrías; porque eran suyas.

El torero de antaño era un ser desprendido, no la hormiga que atesora provisiones para el invierno; siempre pronto en tender la mano al desvalido; siempre pronto a aliviar el infortunio.

El torero antiguo, poco provisor, al pisar el ruedo no se acordaba de lo que iba a ganar, si poco o mucho, ni si por complacer a los aficionados, por arrancarles un entusiasta aplauso, podía exponerse a un percance. ¡Enteramente lo mismo que hoy acontece!

El torero de antaño no veía el toreo como un medio de obtener riqueza, lo veía más bien como un sacerdocio. Se tenía un profundo respeto y no osaba profanarlo.

En este sí hay que convenir, que se ha decaído; hoy maldito el respeto que le tienen los toreadores del día. Por eso vemos que con la mano en la cintura lo profanan y se prestan a servir de comparsas, sin tomar en cuenta su reputación ni el puesto que ocupan.

Así vimos en la corrida pasada a un torero, el de mayor y más legítima reputación, el considerado en España como el Pontífice de la torería actual (Antonio Fuentes, que había toreado con Antonio Montes en la plaza “México” de la Piedad, lidiando toros de San Nicolás Peralta semanas atrás) que no tuvo reparo en servir de comparsa a una compañía cigarrera y hasta un brindis en verso se aprendió, para ver de que el acto resultara más lucido.

Seguro estoy: si el señor Manuel Domínguez, o a Frascuelo, o a cualquiera de los toreros de entonces, va alguien a hacerles proposición semejante, no iría a Roma por la respuesta; saldría corrido y no le quedarían deseos de volver a las andadas.

Hoy, el anunciante logró sus propósitos; consiguió que el torero número uno de la actual generación, abdicara de su rango, y se convirtiera en un mercachifle, en uno de esos pobres hombres que reducidos a la última miseria se prestan a que algunos comerciantes los disfracen de mamarrachos, para ver de que se fijen de ellos y tener probabilidades de vender su mercancía.

Todavía, esos hombres desprovistos de dignidad, y que con tal de poder llevarse un trozo de pan a la boca, no vacilan en descender de su categoría de hombres e igualarse con los micos, tienen disculpa; lo hacen por necesidad, por calmar el hambre de su desfallecido estómago. Pero ese diestro no tiene disculpa; no es creíble que el cebo de una cigarrera de plata y un billete de banco lo hayan hecho igualarse con aquellos. Si fuera un pobre novillero, sería disculpable, podría creerse que el interés lo había impulsado.

El diestro anunciador, no tiene atenuantes, como no sea el poco respeto que a sí mismo se tiene, y el ninguno que le merece este público que lo acogió con los brazos abiertos desde el primer día, que lo hizo su ídolo mucho antes de que por la falta de toreros, en España lo proclamaran el número uno de la gente de coleta y lo sentaran en el sitial que un día ocuparon Lagartijo, Frascuelo y Guerrita.

Tal proceder, lo repetiré nuevamente: indica a las claras, amén de poca dignidad, que el toreo ha evolucionado, que el modernismo, le ha hecho cambiar su modo de ser y dándole otros aspectos, que el mercantilismo también lo ha invadido, y que el toreo que nos hablan nuestros abuelos nada nos resta.

Para terminar, diré con Ricardo de la Vega: Hoy las ciencias adelantan, que es una barbaridad!


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