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Desde el barrio: Tiempo y distancia

Martes, 27 Jun 2017    Madrid, España    Paco Aguado | Opinión   
...una metedura de pata acelerada por las ansias de lo digital...
La distancia no siempre es el olvido, por mucho que diga el famoso bolero. Porque a veces es necesario alejarse un tanto de los hechos y de los conflictos para poder entenderlos mejor, analizados desde una perspectiva más amplia o ajena al fragor de la batalla. Exactamente la perspectiva general que necesitan algunos de los hechos que se han producido estos días en España.

Por ejemplo, desde Madrid a Portugal, y más aún hasta las Islas Azores, hay suficiente distancia como para poder tener una mejor visión del apocalíptico culebrón protagonizado por prensa y políticos acerca del cierre anunciado y desmentido de la monumental de Las Ventas: una broma de mal gusto, una metedura de pata acelerada por las ansias de lo digital, un "queo" sin fundamento de una fuente tóxica, una mala noticia escandalosa que nunca lo llegó a serlo por falta de confirmación oficial.

Que la plaza que diseñó Gallito hace casi un siglo se había quedado obsoleta para espectáculos no taurinos, ya se sabía hace décadas. Es un hecho evidente que el recinto no supera casi ninguno de los puntos de la moderna normativa de seguridad, que no los de la seguridad de sus estructuras que otros quieren ver en la expresión. Como lo es también que el ayuntamiento "podemita", más allá de su desprecio a la fiesta de los toros, no ha hace más que aplicar la ley al negarle las licencias para otras actividades.

El problema de fondo es que, aparte las corridas de toros, que siempre gozaron de un personal estatus legal con la vieja Diputación o la moderna Comunidad de Madrid, ningún político regional de la democracia se ha atrevido a meterle mano a un coso declarado monumento histórico artístico y levantado según los criterios de los primeros años del pasado siglo.

Y así ha pasado que, durante décadas y con la connivencia entre munícipes y comunitarios del mismo partido político, Las Ventas no ha hecho más que, como la gallina de los huevos de oro, dejar beneficios a quienes, empresarios o políticos, nunca la cuidaron ni reinvirtieron en ella más que lo justo para lavarle la cara.

Pero una vez asegurada la continuidad de la temporada, a la los dueños del cortijo no les queda otra que emprender ya mismo unos trabajos que llegan con demasiado retraso, para hacer que la que siempre ha de ser tenida como plaza de toros –evitemos, por Dios, que la llamen recinto multiusos– pueda albergar más y más frecuentes actividades al margen de la lidia que incrementen su rentabilidad. Porque, que nadie se equivoque, solo así podemos garantizarnos el lujo de mantener un recinto de esa categoría en pleno corazón de Madrid.

Lo peor es que aquel expansivo susto digital que nos llevamos la noche del miércoles, y que aún sigue teniendo más eco que su desmentido, generó una inmensa inquietud no ya a los aficionados y los taurinos en general sino entre una larga lista de hombres a los que aquella posible medida afectaba muy directamente retrasando sus esperanzas y dilatando sus esfuerzos durante un largo año de sus vidas.

Me refiero a esos toreros cuyas carreras y cuyo futuro personal dependen única y exclusivamente de un ansiado paseíllo en Las Ventas que puede marcarles un antes y un después: esa única oportunidad desesperada, esos dos toros y esos cuarenta minutos que les ayudarán a salir del ostracismo o les harán renunciar para siempre a sus ilusiones.

Entre ellos está Javier Cortés, el joven torero madrileño que también estos días ha estado en Isla Terceira, tentando en Rego Botelho para los ciento y pico miembros del Club Cocherito de Bilbao que han disfrutado de las delicias del lugar y de los festejos de Sanjoaninas, al calor de la hermandad taurina y compartiendo en la distancia bilbaína cultura, gastronomía y pasiones con esos inmejorables anfitriones que son los azoreños.

Pero decíamos que el chaval de Getafe tiene puesto todo su afán en esa tarde incierta de Madrid que está por llegar. Y en cada acción, en cada palabra, en cada mirada derrama una determinación a prueba de bombas que hará que esa apuesta a todo o nada le venga de cara con toda seguridad.

Solo que el suyo es uno más de otros muchos casos, el de tantos jóvenes toreros aparcados que, como él, sintieron un amargo vuelco al corazón con la mala noticia de la noche de autos, que hasta ese profundo nivel íntimo llega la capacidad de decisión de una plaza con cuyo futuro se especuló con tanta frivolidad.

Ese epicentro decisivo para la vida de tantas personas es esa misma plaza que atestiguó las tardes rotundas de Gregorio Sánchez, hombre íntegro y áspero, torero poderoso, heredero de la dominadora escuela toledana de Domingo Ortega y profesor duro y admirado de la escuela madrileña.

Hace unos días ya que falleció el maestro de Santa Olalla en la distancia de Galicia, tras un largo paréntesis de ceguera y declive físico. Pero en la lejanía del tiempo aún mantienen la grandeza sus hazañas madrileñas –por ejemplo, esos seis toros y esas siete orejas en apenas hora y veinte minutos de la Corrida del Montepío– que le granjearon el inmenso respeto de una afición que no sabía aún de medidas de seguridad.

Y como con Gregorio, también la distancia del tiempo nos ayuda a apreciar en su auténtica dimensión la trayectoria de Víctor Mendes, al que su tierra, Vila-Franca-de-Xira, homenajea ahora con distintos actos y una soberbia exposición que merece no solo contemplarse sino hacerse itinerante para llegar a esas ciudades y plazas donde el guerrero lusitano fue un admirado héroe de luces.

Viendo de nuevo las fotografías, los objetos, los trofeos, los vídeos de quien ha sido el mejor torero portugués de la historia, el paseo detenido por tan elocuente muestra, así que han pasado más de dos décadas, nos ratifica la auténtica y gran medida de su carrera pero también del esplendor taurino de aquellos años ochenta así como de la injusticia con que fue tratado, por empresas y prensa, el explotado y rentabilísimo cartel que Mendes formó con Esplá y El Soro, sin duda la mejor combinación de matadores-banderilleros de la historia.

Es lo bueno que tienen esos dos taurinísimos conceptos, tan claves para la lidia, que son el tiempo y la distancia. Que nos lo hacen ver todo con mucha mayor claridad.


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