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Desde el barrio: Dicen que no fueron ellos

Martes, 21 Feb 2017    Madrid, España    Paco Aguado | Opinión   
...Los zoofílicos, en cambio, siguen insistiendo por activa y por...
Han pasado ya cuarenta y ocho horas desde que estallara una bomba junto a la plaza de toros de Bogotá y, usando esa periodística frase hecha a la que tristemente tanto nos tuvimos que acostumbrar en España no hace tanto, "aún se desconoce la autoría del atentado".

La verdad es que, en esa Colombia convulsa y confusa, el terrorista de la Santamaría pudo ser cualquiera y no sólo antitaurino, en tanto que narcos grandes y pequeños, guerrilla y paramilitares siguen presionando para sacar tajada de un proceso de paz que, desgraciadamente, parece que va cicatrizando en falso pese al bálsamo del Nobel.

De todas formas y teniendo en cuenta la violencia desbocada que los animalistas ejercieron contra los aficionados semanas antes a las afueras de la plaza, resultó inevitable y comprensible que, sin apagarse aún el eco del estallido, todas las sospechas apuntaran hacia los miembros más radicales de esa secta que a diario nos muestra su odio desde las redes sociales.

Los zoofílicos, en cambio, siguen insistiendo por activa y por pasiva que no fueron ellos quienes pusieron el artefacto. Y habrá que creerles, siempre y cuando no quieran retorcer el asunto asegurando, como alguno pretende en su delirante concepción del mundo, que los autores del atentado fuimos los propios taurinos para, en un giro rocambolesco, terminar por achacarles a ellos toda la responsabilidad.

Será mejor no enfangar más el asunto y esperar a que se sepa con claridad quién accionó el detonador, si es que el ayuntamiento de la ciudad y el gobierno antitaurino se prestan a decir una verdad que puede resultarles incómoda. Pero, más allá de los efectos de la explosión y de las decenas de policías heridos –evidente objetivo del atentado-, lo verdaderamente significativo del caso es la "honda expansiva" que la bomba ha dejado en las redes sociales.

Y esa no es otra que una nueva oleada de odio, otra lengua de fuego de terrorismo verbal contra las gentes del toro, a quienes los que dicen que no ponen bombas, pero se hubieran alegrado que esta nos hubiera alcanzado, siguen deseándonos la muerte más cruel, alentados por los cabecillas de un incauto activismo que, como pasa con el ínclito Anselmi que tira la piedra y esconde la mano, es en realidad un lucrativo negocio para unos pocos.

Parece, sí, que no han sido ellos… de momento. Pero, como sucedía en los años de plomo del País Vasco, los "pacíficos" animalistas no dejan de señalarnos y pregonarnos constantemente como objetivo, de ponernos en el punto de mira de unas campañas que, como bien sabe André Viard, en cualquier momento pueden pasar la delgada línea roja de la cordura.

Porque en Francia esto ya ha sucedido, con agresiones, con atentados y, últimamente, con el envío a señalados taurinos de cartas cuyos sobres llevan cuchillas y dispuestas de tal manera que rebanen un dedo del destinatario en el momento de abrirlas. A acciones como estas, en castellano y en francés, se  les llama terrorismo, un delirio que, de no ponerle freno, siempre ir un paso más hacia la más insospechada barbarie, como la de poner una bomba en una plaza de toros…

Mientras tanto, siguen sucediéndose los alardes fascistas del animalismo, exactamente esos que acaban derivando en la violencia añadida, tal que la pretensión de un colectivo antitaurino francés, que pide que al director de cine Pedro Almodóvar le sea retirado su nombramiento como director del próximo festival de cine de Cannes, por ser "un reincidente aficionado a los toros".

Lo que quizá no sepan estos lerdos es que el famoso manchego no es ni de lejos un seguidor de la tauromaquia, sino que, como hombre de marcada inteligencia y sensibilidad, ha sabido reflejar en algunas de sus películas –"Matador" y, en especial, "Hable con ella"– una importante parte de la cultura que su fanatismo está empeñado en masacrar a través de su demencial cruzada.

Pero volvamos a Colombia y reconozcamos que el mayor daño de esa dirigida violencia antitaurina no ha sido físico sino moral: un obsesivo victimismo y una cortina mediática que han dejado en segundo plano la feliz y gran evidencia de la temporada de la Santamaría, los excelentes resultados, con una altísima media de asistencia de público, del gran esfuerzo de Felipe Negret por devolver los toros a Bogotá.

El toreo en general, que tan poco le ayudó a la hora de la verdad, le debe al valiente empresario colombiano un reconocimiento a la altura de sus enormes méritos. Porque, como él mismo ha demostrado, en esta batalla tenemos que dejar de sentirnos víctimas para empezar a comportarnos como héroes.


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