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Tauromaquia: El caso Colombia y el efecto dominó

Lunes, 20 Feb 2017    Puebla, Pue.    Horacio Reiba | Opinión   
"...Veremos si los taurinos y aficionados nos ponemos las pilas..."

Al cierre de la muy exitosa temporada con que se reabrió la "castigada" plaza Santamaría de Bogotá, la oleada antitaurina ha respondido con creciente furor. Si el día de la reapertura éste corrió por cuenta de piquetes que, apostados en las cercanías del coso, se dedicaron a agredir de palabra y obra a los aficionados que con ilusión largamente contenida acudían a su plaza, la celada se consumó la semana recién ida, cuando los politicastros al acecho decidieron cerrar la pinza abolicionista.

Pues no otra cosa es el proyecto de ley  firmado por el ministro del interior –un señor que, para mayor ironía, se apellida Cristo– el cual, textualmente, "…tiene como objetivo fortalecer la cultura ciudadana para la paz, el respeto a la vida e integridad de los seres sintientes, eliminando las prácticas taurinas como una expresión de violencia y crueldad en espectáculos públicos…". Para conseguirlo, el ministro de marras propone suprimir, lisa y llanamente, todo artículo que utilice términos como "rejoneo, corridas de toros, novilladas, becerradas y tientas", y asimismo el "Reglamento Taurino" amparado por la ley 916 de 2004.

No está por demás señalar que el lanzamiento de esta proclama antitaurina aparece justo cuando los niveles de aceptación del gobierno y el parlamento caen en picada, en medio de las escandalosas imputaciones por corrupción y fraude electoral que acaba de formular en su contra el fiscal general de la nación. Estamos, pues, ante una nueva puesta del viejo truco gubernamental de desviar la atención general de asuntos realmente graves hacia causas astutamente populistas.

El trasfondo

Resulta que una vez que la Corte Constitucional liberó a la Santamaría y los festejos taurinos de los efectos de la alcaldada de Gustavo Petro al suprimir, motu proprio, las corridas de toros en su Bogotá, hubo cambio de ministros, y los recién llegados votaron en contra de lo dispuesto por sus predecesores, turnándole la decisión final al Congreso, obligado a pronunciarse en un plazo no mayor a dos años. Mas, por lo visto, al ministro Cristo Bustos –que, por cierto, suele ir a los toros– le surgieron oportunas urgencias, de las cuales es hijo putativo su apresurado y contundente proyecto de ley.

Contra populismo, altura intelectual

Después de mucho insistir aquí en los grados de ignorancia, integrismo e hipocresía que caracterizan a la furiosa arremetida antitaurina, me encuentro con un artículo del pasado día 7, firmado por el insigne escritor y periodista colombiano Antonio Caballero. Copio en seguida lo central del ontológico texto.

Antonio Caballero siente, analiza, piensa y escribe: "El problema detrás del debate sobre las corridas de toros es la ignorancia. Los enemigos de la fiesta de los toros, sean animalistas sinceros o politiqueros sin escrúpulos, no saben de qué están hablando. No saben qué es, en qué consiste, la fiesta. No pretendo que la conozcan en detalle... (pero) lo que vuelve imposible la discusión es que no saben por qué ni para qué se torea. Como quien no sabe para qué se baila ni para qué se compone música, y, por no entender el sentido de esas actividades, decide condenarlas tachándolas de inmorales… Le preguntó una vez el pintor Pablo Picasso a su amigo el matador de toros Luis Miguel Dominguín: "¿Tú por qué toreas?". Y Dominguín le preguntó a su vez: "¿Tú por qué pintas?"

Los antitaurinos no saben por qué se torea, ni por qué se va a los toros. Pero en vez de intentar averiguarlo se inventan un porqué: por sadismo, dicen: por amor a la sangre violentamente derramada; por placer en el dolor y la muerte de bellos animales; por complacencia morbosa en la tortura.

De nada sirve que toreros y aficionados les expliquemos unánimemente que no es así; y que si esos fueran los elementos que constituyen el toreo y la afición no seríamos ni toreros ni aficionados a los toros. De nada sirve que ese perfil de crueldad torpe y gratuita corresponda más bien al de muchos de los antitaurinos: como los que vimos el otro domingo en Bogotá tirando piedras y gargajos y gritando insultos, o como los que en las redes sociales lanzan amenazas de violencia contra los aficionados o se alegran al enterarse de que un torero ha muerto en el ruedo.

No quieren saber en qué consiste lo que de antemano desprecian y condenan. Prefieren creer en su propio invento, y es ese invento grotesco lo que no les gusta. Con razón. A nosotros tampoco. Lo que nos gusta no es la tortura sino el arte del toreo. La belleza del juego, el valor del combate, el sentido del sacrificio: todo lo que los toros son y que los antitaurinos no quieren ver que son, y sustituyen en su argumentación autista por una caricatura esperpéntica…”

La disputa interminable. Prosigamos con Caballero: "…La cosa estaba en que la Corte Constitucional había exceptuado las corridas de toros de la ley que prohíbe  el maltrato a los animales. Pero, como es habitual en Colombia, hubo demandas al respecto. Y la misma corte (aunque con otros jueces) acaba de sacarle el quite a una ponencia del magistrado Alejandro Linares que dejaba así las cosas y le chutó la decisión definitiva (aunque demandable) al Congreso, que deberá tomarla en dos años mediante una ley.

Pero todavía está por debatir en la corte otra ponencia, a cargo del magistrado Alberto Rojas Ríos, que propone algo tan difícil como la cuadratura del círculo: corridas de toros en que “se proscriban y eviten los sufrimientos, dolores y malos tratos a los animales como seres sintientes”.  Es decir, sin combatir con los toros. Sin herirlos: ni con la puya del picador (habrá que suprimir el tercio de varas); ni con las banderillas de los peones (habrá que suprimir el tercio de banderillas); ni, desde luego, con el estoque del matador: tampoco habrá tercio de muerte. ¿Cómo se hará para eliminar los tres tercios de la corrida sin eliminar la corrida? El magistrado da una solución: "Como se hace en Francia y en Portugal".

La idea viene, como sucede con los antitaurinos, de una información inventada: la de que en esos países no se mata a los toros. Al magistrado Rojas le habría bastado con informarse mejor. En todas las plazas de Francia –en Nimes, en Arles, en Mont de Marsan, en Bayonne– se mata a estoque a los toros, tal como se hace en España y –todavía– en Colombia. Y en Portugal se los mata también, pero no a estoque: se los apuntilla fuera de la vista del público, en los corrales, y al día siguiente de la corrida.

El lobo asoma la oreja

Lo que late en el fondo de esa disparatada tauromaquia sin sangre lo muestra el escritor colombiano con transparente lucidez cuando –anticipándose al proyecto de ley del ministro Cristo Bustos– devela la raíz de la cuestión: "… Y tampoco eso (la supresión de los tres tercios de la lidia) daría satisfacción a los antitaurinos, que lo que quieren no es que no se mate a los toros sino que no se los toree (cursivas mías)… Que no se les lleve en camión del campo a la plaza, lo cual los somete a un cruel estrés; que no los asuste el griterío del público; que no los fatiguen las incitaciones y los engaños de la capa y de la muleta. En resumen: que las corridas de toros se hagan sin toros… 

Lo cual tiene, curiosamente, un precedente en el anecdotario taurino, en este caso taurino-musical. Hace un siglo el gran torero Rafael Guerra, Guerrita, ya retirado y rico, era el dueño del único teatro que había en la ciudad de Córdoba. Llegó allí en una gira de conciertos el famoso pianista Arturo Rubinstein y Guerrita, que de su juventud borrascosa recordaba el piano como un instrumento propio de burdeles, se negó a prestar su teatro, que era un teatro decente. Acudieron a su vergüenza torera: Rubinstein, le dijeron, también era un artista, como él. Y Guerrita cedió, magnánimo, diciendo: "El señor Rubinstein puede dar su concierto; pero sin piano".

Hasta aquí el ejemplar texto de Antonio Caballero relativo al abolicionismo y los abolicionistas. 

Prevenir mejor que lamentar

Lo que estamos presenciando es el temido efecto dominó que, a partir de la supresión de las corridas en Cataluña, está esparciéndose por los distintos países taurinos. Esta columna ha señalado que México –amenazado desde dentro y desde fuera del medio taurino– posee dos poderosos argumentos en defensa de la tauromaquia: uno es la obligación gubernamental de proteger al toro de lidia como especie endémica, vía tratados vinculantes signados con la FAO; el otro, el que se comentaba aquí el lunes último en relación con la prohibición expresa de la censura y el apoyo irrestricto a las artes, contenidos en la flamante Constitución Política de la CDMX.  

Veremos si los taurinos y aficionados nos ponemos las pilas, o nos dejamos ganar tan crucial partida, como tantas más.


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