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Tauromaquia: Dos jóvenes rivales

Lunes, 06 Abr 2020    Puebla, Pue.    Horacio Reiba | La Jornada de Oriente   
Cuando Finito y Manolo protagonizaron un gran duelo
¿Por qué en el festejo nocturno del 8 de abril de 1967, cierre oficial de la temporada en la Plaza México, se puso en juego un "Estoque de Oro" y no la "Oreja de Oro" acostumbrada? Habría que retroceder un par de años, a la batalla campal ocurrida en las oficinas de la Unión Mexicana de Matadores de Toros y Novillos, para rastrear la razón del cambio.

No otra que una más de las cíclicas escisiones de la torería nacional, dividida en dos bandos, con el arbitraje del empresariado imponiéndose de facto al laudo gubernamental que, tras aquellos violentos comicios del 31 de diciembre de 1964,  reconoció ganadora a la planilla encabezada por Luis Procuna.

Porque los diestros sobre los que recaía realmente el peso de la fiesta se declararon rebeldes al grupo vencedor, y las empresas fueron condenando al ostracismo a quienes continuaban bajo el emblema de la Unión, en tanto se creaba una flamante Asociación Mexicana de Matadores de Toros, de la que quedó secretario general Raúl Contreras "Finito". Y como la "Oreja de Oro" era marca registrada años atrás por la Unión, los neoasociados, para su corrida de beneficio, tuvieron que cambiar el nombre y forma del trofeo: así nacieron las corridas por el "Estoque de Oro".

Un año raro

La temporada del 67 fue corta en festejos y en triunfos. Para celebrarse había tenido que sortear un paro general de la Unión de Picadores y Banderilleros que mantuvo cerrados los cosos del 20 de noviembre de 1966 al 8 de enero siguiente y canceló una feria ya anunciada por la empresa capitalina en el Toreo de Cuatro Caminos. La México sólo pudo abrir sus puertas el 15 de enero, sin que a lo largo de la exigua temporada de doce festejos despuntaran más triunfadores netos que los dos Manueles: Capetillo, el veterano muletero tapatío, y Martínez, la joven maravilla, que con dos apariciones tuvo para erigirse en máximo triunfador. Ellos abrían y cerraban el cartel del "Estoque de Oro" alternando con Raúl García, Jaime Rangel, Manolo Espinosa "Armillita" y Raúl Conteras "Finito", toros del ingeniero Mariano Ramírez.

Historias paralelas

Finito y Manolo Martínez habían confirmado sus alternativas durante la temporada, pero esa noche abrileña, los bonos del de Monterrey estaban en lo más alto y los del torero de Chihuahua acusaban un serio bajón, derivado de una confirmación insulsa y una segunda oportunidad aprovechada solamente a medias. Martínez, en cambio, subyugó desde el momento en que desplegó su capote para saludar al toro de San Miguel de Mimiahuápam de su confirmación, y luego dio un golpe contundente con su faena a "Halcón", de Jesús Cabrera, conceptuada a estas alturas como la mejor de la temporada.

El encierro del ingeniero Mariano Ramírez dio pocas facilidades a los cuatro primeros postulantes: Capetillo, Raúl García, Rangel y Manolo Espinosa. La corrida se iba sin candidatos al trofeo. Y el público externaba ya su mal humor cuando surgió el milagro. Con el quinto, un "Lobito" encastado y fiero, Finito iba a reencontrarse con su verdadera dimensión torera, la que lo había convertido en triunfador la temporada de 1966 en El Toreo, incluso sobre un imberbe Manolo Martínez.

Pero a la gran faena de Raúl, Martínez iba a oponer la suya; se encontraron ambos dos toros con clase pero también con fuerza. Y en ese mano a mano casual llevó mano el de Monterrey, aupado por un público que tenía conquistado de antemano. Así lo vio el cronista Josene, en las páginas de Esto: 

Manolo Martínez, en la cumbre de su inspiración torera, haciendo derroche de arte, de gracia, de ángel incomparable durante toda la lidia del sexto toro de Mariano Ramírez, le sacó anoche de la bolsa el "Estoque de Oro" a Raúl Contreras "Finito", que había realizado en el toro anterior un formidable faenón, sin duda el mejor que ha hecho en México el gran torero de Chihuahua… 

En realidad, el trofeo a discusión habría tenido que duplicarse para premiarlos a ambos. La faena de Finito fue un acabado modelo de construcción torera: desde el primer muletazo hasta el último, fue levantado con perfecta arquitectura el edificio del trasteo, sin que faltara el menor detalle. Todo lo tuvo, y con excelencia: valor, temple, mando, equilibrio, medida; fogosa entrega y sereno ritmo, con una liga tal que dio redonda unidad a la obra ¡Un verdadero faenón!

Pero salió el sexto de la noche, de nombre "Catrín" –un nombre para la historia– y vino la respuesta de Manolo Martínez… Como un  escultor ante el mármol, como un pintor ante la tela, como un escritor ante la hoja en blanco… este inmenso torero de 18 años sintió las bravas embestidas de su enemigo, y las convirtió en pedestal para erigir las esculturas de sus inenarrables lances de capa, en marco para las deslumbrantes pinturas de sus naturales y derechazos, en palabras salidas de lo más hondo de su espíritu torero para los poemas de sus firmazos, sus medios pases, sus variadísimos remates, realizado todo con una alegría, con una gracia, con un júbilo y con una sal que comunicaban su mensaje al gentío y lo electrizaban momento a momento con el mismo entusiasmo del propio artista…

El poema de Manolo Martínez se inició con parones preciosos y verónicas de antología, y continuó con los versos insuperables de unas tapatías con las que fue llevando el toro hacia el caballo, del modo más torero y con el arte más exquisito que se pueda imaginar. Y después, la faena cumbre: los doblones, suaves y firmes; los kikiriquíes, con la mejor gracia sevillana; los derechazos a pies juntos o con el compás abierto; los naturales, recreándose y paladeando cada muletazo; los de pecho, como banderas triunfales. ¡Una embriaguez de toreo, quintaesenciado, finísimo, colmado de luz y de gozo! Lástima que para asegurar la muerte haya dejado una estocada muy caída, que redujo los premios a una oreja. 

Ahora sí ya puede proclamarse a boca llena, para los ruedos y aficiones de aquí y de allá: ¡Aquí están dos nuevos toreros –¡torerazos!– mexicanos tan buenos y tan grandes como los mejores que haya en cualquier parte!..." (Esto, 9 de abril de 1967).

Variedad inusitada

Al margen del otorgamiento del "Estoque de Oro" a Manolo Martínez conviene hacer algunas matizaciones. Porque lo que hizo aquella noche –incluso con el capote: ¡ésas tapatías para llevar a "Catrín" al caballo!– choca casi frontalmente con la tauromaquia que desarrollaría en sus años de plena consolidación como mandón del toreo en México. Aquí el testimonio de don Alfonso de Icaza "Ojo" y su descripción de la atípica faena de Martínez, radicalmente distinta a las de su época de madurez.

Finito resurgió brillantemente desde los comienzos de su faena muleteril, que inició con unos trincherazos cumbres ¡Qué manera de llevar toreado al astado, de cargar la suerte y de despedirlo con un mando absoluto! ¡Ya estaba allí el joven torero que tanto esperábamos! Derechazos largos y templados, naturales preciosos, de perfecta ligazón, y de vez en vez, esos trincherazos de los que tiene la exclusiva; un muleteo, en fin, hondo, profundo, que conmovió al público. Finito estaba toreando como un maestro, pero como todo un maestro que se jugaba la vida en su ansia por alcanzar el triunfo…

La plaza hervía de entusiasmo cuando Raúl Contreras igualó precipitadamente y, contra la voluntad del público, dejó media estocada caída. No se desanimó y, tras nueva ración de trapo, a todas luces meritoria, entró a matar entregándose, y le metió al noble astado hasta el codo, perdiendo la muleta…

El estoconazo era digno del trasteo, y Finito, que había estado a punto de sufrir un serio percance el torear de capa, recorrió dos veces el anillo llevando como trofeo una oreja, justamente concedida por la autoridad. ¿Sería para Raúl Contreras "Finito" el "Estoque de Oro"? Faltaba el toro de Manolo Martínez, por quien el público, desde un principio, demostró mayor simpatía…

Nosotros hemos visto correr la mano a Manolo en derechazos y naturales como un verdadero maestro, pero esta vez no fue así. ¿Por qué? Dada su intuición maravillosa creemos que habrá pensado que el toro de don Mariano Ramírez no era propicio para prolongar otros pases que no fueran los de pecho. De ésos le vimos llevarse al toro hasta allá, para atraérselo después perfectamente toreado y pasárselo a centímetros de la faja.

¡Qué monumento de pases!... Con el público loco de entusiasmo, Manolo se dio a sorprendernos con un toreo sobre todo vistoso. Derechazos y naturales erguido, sin prolongarlos más que con un movimiento de muñeca. Adornos de toda especie, oportunos y del mejor gusto. Toreo alegre, pinturero y espectacular que nos indujo a creer que, como antes dijimos, Manolo Martínez adivina lo que el toro va a hacer y lo que en consecuencia él debe trazar... 

No hubo verdadera hondura en la faena, pero hubo un preciosismo arrollador y un torerismo convincente. ¡Un primor de faena!... Y como punto final, media estocada caída pero efectiva. ¡La que se armó entonces! Aplausos, pañuelos, una oreja, regocijo general. El acabose…

Y no hubo dudas sobre la decisión del público: mientras al mostrarse el cartelito con el nombre de Raúl Contreras hubo división de opiniones, el de Manolo Martínez desató un verdadero clamor. Cargaron en hombros a Finito media docena de “capitalistas”, en tanto que, tras recibir el trofeo en disputa, Manolo era levantado por docenas de entusiastas aficionados". (El Redondel, 9 de abril de 1967).

Gloriosa, inolvidable noche, protagonizada por el ímpetu juvenil de dos grandes toreros. Contrastantes porvenires les aguardaban. Pero en el fondo, ambos fueron dos figuras trágicas, fatalmente abocadas a la autodestrucción: Finito y Martínez, Manolo y Raúl.


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