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Tauromaquia: La resurrección de El Pana

Lunes, 06 Ene 2020    Puebla, Pue.    Horacio Reiba | La Jornada de Oriente   
"...Inusitado desborde de panamanía, aprovechado por los medios..."
Contra rutina, sorpresa. Contra monotonía, variedad. Contra toreografía, repentización. Sobre estas líneas maestras trazó Rodolfo Rodríguez "El Pana" (Apizaco, 02-02-1952–Guadalajara, 02-06-2016) su falsa "despedida" del 7 de enero de 2007 en la Plaza México, en una tarde de ésas que justifican por sí solas una vida torera. Contaba de antemano con el favor del público –al que se terminó de granjear con gestos y caravanas "versallesco-picarescas"–, y lo bendijo la fortuna con dos toros de Garfias de hermoso trapío y pastueño comportamiento, uno bravo y pronto y el otro mansurrón y rajadito, pero ambos de una docilidad infinita.

Monologo del Brujo

Apadrinó Rodolfo la confirmación de alternativa –con el toro "Gordo", de Garfias– del catalán Serafín Marín, quien pechó con un lote parado y mansurrón con el que no cabía lucimiento; Rafael Rivera, hijo de Curro, fuera de condiciones físicas y taurinas, se tapó malamente. Ambos escucharon avisos y ninguno de los dos volvería a la México; por lo demás, apenas los tomó en cuenta un público que hizo su buena media entrada, atribuible enteramente a El Pana, dado lo flojo del cartel. 

Premonición

Retrocedamos tres meses. En Apizaco, perdido en una presunta clínica antialcohólica, olvidado de todos excepto de su madre –"Súper Licha" le llamaba–, Rodolfo Rodríguez recibe la visita de uno de sus discípulos locales, el ya no tan joven Mario Martínez "Fierrerito". Pero esta vez, el amigo y exalumno fiel no trae el gesto dolorido de costumbre, hay luz en sus ojos y desusado optimismo en su voz: "Maestro Pana: anoche soñé con tu despedida en la México, y era una tarde luminosa y una despedida triunfal". "Que Dios te oiga, Fierrero, porque eso me predispone a luchar por la oportunidad que dices… A ver si de veras me la conceden…" Esa premonición, entre el sueño y la vigilia,  fue el principio de todo lo vivido en una tarde que sería histórica.

El gran día

Aquel primer domingo de enero Rodolfo Rodríguez se despertó con el espíritu más en paz que nunca, dispuesto a vaciar en el ruedo toda la energía acumulada durante 36 años de frustraciones, salpicados de esporádicos logros. No sentía la amargura que lo orilló tantas veces a la muerte lenta del alcohol y a todos los horrores existenciales, lo poseía el buen ánimo de quien nada tiene que perder y sí mucho que agradecer a la vida: por lo pronto, esa inesperada oportunidad de tener un adiós digno en la plaza que lo idolatró fugazmente, antes de que el medio que gobernaba la fiesta lo arrojara a la muerte en vida.

Se dejó calar sin prisa el terno rosa y plata con cabos negros, y con idéntica calma encendió su habano, una vez instalado en la calesa descubierta a bordo de la cual emprendió la ruta hacia la gran cazuela, despertando la curiosidad de los transeúntes. Su llegada al coso fue saluda por los aficionados que se agolpaban en la entrada con gran algarabía. Se hacía tarde, el tiempo justo para pasar por la capilla. El Pana, hombre de fe.

A las cuatro en punto, el toque de clarín lo sorprendió posando para los fotógrafos en el estrecho túnel: complaciente, se lo tomó con enorme parsimonia, dando profundas caladas a su puro inseparable. ¡Cerca de cinco minutos esperó el alguacilillo, las cuadrillas ya dispuestas y alineadas, a que Rodolfo se dignara aparecer por el abierto portón con el capote de lujo sin liar y el habano en la boca, para iniciar con su andar inconfundible los 45 metros de una travesía hecha de arena, miedos e ilusiones…hasta se permitió una pausa más en mitad del recorrido que casi deshace la tradicional formación! Tal abuso de talento escénico elevó las expectativas y se desbordó en la primera vuelta al ruedo de la tarde.

"Rey Mago"

El segundo del encierro era negro entrepelado y engatilladito de cuerna, 468 kilos hermosamente distribuidos en una finísima estampa. Del primer tercio sobresale la prontitud con que acudió desde largo al caballo para recargar con buena casta y notable fijeza. Y de Rodolfo, un remate de molinete de innegable oportunidad  e inventiva, cuando parecía que se le derrumbaba por falta de aguante la tanda de verónicas de saludo; y el quite por chicuelinas, asimismo redimido con la complicada y vistosa serpentina final. 

El toro llegó en magníficas condiciones al tercio mortal, y El Pana lo recibió en los medios con una vitolina impecable y siguió toreándolo con son y mano baja en los redondos, relajado en los desdenes, erguido y ajustado en los de pecho izquierdistas. Y animaba el cotarro con cites y salidas curiosamente suyos, y volvía a correr la mano sin mayores estrecheces pero garbosa la planta, resuelto el ánimo y lenta y baja la curva del derechazo. 

Hubo, sobre todo, un trincherazo de escándalo –al cabo del cual abandonó la muleta con gestos de "ahí queda eso", entre revuelo de sombreros y un delirio incontenible–, y otro par de ellos monumentales, y sanjuaneras y molinete invertido y cambios de mano personalísimos. Y una sucesión de feos pinchazos que se llevaron las orejas de "Rey Mago", pero no la entrega de la gente en dos clamorosas vueltas al ruedo.

Consumación de la apoteosis

"Conquistador", el cuarto, deambuló incierto ante los capotes y empujó poco en varas, pero El Pana volvió a levantar a la plaza con un  tercio de banderillas compuesto por dos cuarteos muy bien vendidos y un quiebro en tablas que quiso ser calafia y quedó en violín, del cual salió indemne de milagro. Indemne y lanzado a una vuelta al ruedo más de las siete que dio en la tarde, pues conocedor agudo de la psique colectiva, aprovechó los raptos de entusiasmo popular para recetarse ese exacto número de recorridos en torno al anillo, el último de ellos en hombros de un abigarrado grupo y con la gente sin querer abandonar el coso. 

Antes había dedicado por televisión su célebre brindis a "las jaifas, mesalinas, meretrices, suripantas, buñís, putas… que saciaron mi hambre y mitigaron mi sed cuando El Pana no era nadie, y que me dieron protección y abrigo en sus pechos y en sus muslos… que Dios las bendiga por haber amado tanto

¿Cómo fue de la faena así dedicada? Empezó tanteando el terreno, pero a poco se erguía, dueño ya de la tarde, del toro y de sí mismo; y acabó cuajando los muletazos más lentos, asentados y sentidos que le haya visto la México, medido y torero esta vez en los remates y con total dominio de la escena y la situación, pese a que "Conquistador" se rajó de plano, aunque sin abandonar su deliciosa manera de embestir. Y hasta su espada fue certera –él que tiene el récord de toros vivos en Insurgentes–, tanto al dejar medio estoque delantero como en el descabello a pulso, con mucho suspenso de por medio.

Las dos orejas de "Conquistador" estaban cantadas de antemano. Las vueltas al ruedo, el júbilo interminable, la perfecta comunión entre el torero en éxtasis y la rendida afición transportaban sutiles mensajes, que se desgranarían en los días que siguieron en un inusitado desborde de panamanía, aprovechado por los medios electrónicos y lamentablemente desperdiciado por un medio taurino sordo y ciego a la evidencia. Aunque no tanto que la memorable, histórica "despedida" de El Pana no diese lugar a lo que él mismo denominaría "resurrección", materializada en su retorno a plazas y carteles. 

Retrato hablado

Provocador, guasón y vivaz, Rodolfo Rodríguez trajo una manera peculiar de entender el toreo y el ser torero. Donde otros se sometían, él se rebelaba. Donde Doña Tauromaquia se pretendía severa o dramática, él irrumpía con la comicidad de sus ocurrencias y el atrevimiento de sus declaraciones. Donde el canon al uso estandarizaba reglas de quietud y temple superlativos, él renegaba de la arquitectura de la obra y dejaba fluir sus faenas entre caprichos de la imaginación, enganchones e instantes luminosos. Donde los  periodistas sabían de antemano qué preguntar y los actores y factores de la fiesta que debían responderles, él rompía con su gracejo la rutina de las entrevistas, y despotricaba contra alternantes y empresarios con la mayor irreverencia.

Un misterio sin desentrañar

Aunque su historia torera es la de lo que pudo ser y no fue, uno se pregunta si El Pana hubiera sido El Pana de haberse sometido a las rutinarias leyes de un mercado taurino dominado en sus primeros tiempos por Manolo Martínez y en sus postrimerías por –síntoma de decadencia– un incondicional de Manolo, devenido mandamás de la plaza mayor. ¿Cabía en tan estrecho par de jaulas la libérrima personalidad de Rodolfo Rodríguez? ¿Era El Pana un ente nacido para adaptarse a las circunstancias y conveniencias del momento o, por el contrario, alguien radicalmente opuesto a lo acomodaticio, un rebelde de pura cepa antes que cualquier otra cosa? 

¿Y, entonces, no sería el único Pana posible ése que, con soberano desdén por las formas convencionales, se dedicó a ejercer sus convicciones profundas, trufadas de ocurrencias generalmente inapropiadas, como única salida congruente al íntimo inconformismo que le ahogaba? Como sea, su despedida de ese 7 de enero de 2007 mucho tuvo de pitorreo hacia un medio que lo había anulado profesionalmente, asustado por los flujos y reflujos de su irrenunciable humanidad, tan pronto gozosa como irremediablemente trágica.


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