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Paco Ureña y el toro como aliado

Miércoles, 04 Dic 2019    CDMX    Juan Antonio de Labra | Foto: Ruizesparza     
"...En ese profundo respeto que profesa al toro, al que nunca le..."
Detrás de la aparente fragilidad de Paco Ureña se esconde un carácter de acero. Una voluntad capaz de superar una tragedia que ha transformado al torero en un artista más expresivo; en un hombre que hoy disfruta, más que nunca, su regreso a los ruedos tras haber perdido la vista del ojo derecho.

Su temporada 2019 ha estado plagada de sentimiento, abandono, desgarro... Y los triunfos puntuales de Madrid y Bilbao, además de otras tardes de gloria en distintas plazas, han consolidado una forma de sentir que no deja indiferente a nadie, pues provoca adhesión y no deja indiferente a nadie.

Aquella relativa torpeza de procedimientos, aunada a una extraña sensación de impotencia, han quedado en el olvido. Y es lógico que así haya sido conforme transcurrieron los años, y la madurez taurina tocó a su puerta para acallar a los inconformes, a los que le escamoteaban sus méritos.

Sin dejar de lado esa improvisación tan propia de su estilo, o la falta de consistencia técnica de algunas de sus faenas, su tauromaquia se ha decantado por una acentuada heterodoxia que raya en lo sublime, sobre todo ahora en que abundan los toreros adocenados, impuros o ventajosos, que pegan muchos pases y dicen poco.

En ese "paso adelante" que refería el maestro Pepe Alameda en una de sus frases más elocuentes, reside la grandeza del toreo entendido como una actividad del espíritu; un acto de tremenda raigambre humanista que pone de relieve lo mejor de cada torero: "Un paso adelante y puede morir el hombre; un paso atrás y puede morir el arte".

En el caso de Paco Ureña, el compromiso con su vocación es total y va más allá de cualquier concesión personal. En los meses de convalecencia tras el grave percance de Albacete tuvo ocasión de probar la hiel; de navegar en la incertidumbre. Y es ahí donde ha nutrido su renovada vuelta a los ruedos, a los que ha vuelto sin ningún resentimiento hacia el toro, y con la seguridad de saberse afortunado al tener una nueva oportunidad para seguir toreando, que es su mejor manera de sentirse vivo.

En ese profundo respeto que profesa al toro, al que nunca le quiere fallar, está la esencia de un concepto que ya hace algunos años Jesús Solórzano definió como "La ética, la estética y la patética del toreo", frase que describe perfectamente la tauromaquia de Ureña, que entronca con absoluta naturalidad en ese hilo conductor de los toreros que conmueven los sentimientos más hondos en el aficionado.

Ahora Paco sabe que todo lo que venga es ganancia, y aprovechando su proverbial suerte en los sorteos, afronta cada compromiso como una oportunidad dorada para reafirmar su condición de artista patético, el que bulle dentro de una existencia tocada de sufrimiento y magia, equilibrio perfecto que provocar esa misma pasión que emana de su toreo, con el toro como cómplice, que avanza siempre a su vera como un gran aliado.

Concentrado en San Constantino

Si el día tuviera más horas, Paco también las destinaría a lo mismo: a pensar en el toro; a estudiar su mirada, a interiorizar su conducta, a tratar de descifrar el misterio que se encierra en una embestida.

Y en días pasados se concentró en la ganadería jalisciense de San Constantino, de su amigo Juan Pablo Corona, adonde llegó procedente de Lima para continuar con esa vida ascética, alejada de todo, que es la que permite a los artistas buscarse continuamente a sí mismos.

Del ejercicio matutino diario, a las sesiones dobles de toreo de salón, ante la atenta mirada de Curro Vivas, su amigo, banderillero de su cuadrilla y confidente, Paco mata las horas pensando en torero, o ¿acaso hay una manera distinta de “matarlas”? Él sabe que no, y por tanto ni se lo pregunta. En cambio, mantiene esa ilusión a tope de que llegue ese toro que le permita expresar lo que siente. Así, una tarde tras otra.

En la magnífica galería de imágenes captada por Óskar Ruizesparza en la tranquilidad del campo, Paco muestra esa faceta de sencillez que siempre lo acompaña, tocada por un dejo de timidez y retraimiento del hombre que es consciente de su lugar en el mundo.

Y así como el disfruta la lejanía, el silencio, y la serenidad de esta finca jalisciense donde se siente en casa, así mismo resaltan cada uno de esos momentos captados por el objetivo indiscreto y revelador del estado de ánimo de un torero antes de una corrida de tanto compromiso, como es la del próximo domingo en la Plaza México, donde la sensible afición capitalina seguramente tendrá un grato reencuentro con un torero que evoca a esos grandes artistas heterodoxos de otro tiempo.


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