Banners
Banners
altoromexico.com
Banners

Historias: Noriega, periodista del XIX (II)

Miércoles, 21 Ago 2019    CDMX    Francisco Coello | Infografía: LM   
"...Determinó en buena medida, la fuerza del ala prohispanista..."
En la ocasión anterior, me ocupé de dar un perfil general sobre el actuar de Eduardo Noriega "Tres picos", pero sobre todo el peso de influencia en su quehacer como periodista, el cual determinó en buena medida, la fuerza del ala prohispanista. Dicho reaccionar encontró una sólida respuesta al afirmarse la presencia de un toreo que alcanzaba en esos momentos, la madurez técnica y estética que aquí no se había visto, sino hasta 1882, con la presencia de los primeros diestros españoles que luego, con el episodio de 1887, vino a consolidarse firmemente.

Sin embargo, en su intento por "historiar" el desarrollo del espectáculo en México, el propósito de Noriega no se consumó como sería deseable, y esto terminó reuniéndolo en tres columnas que aparecieron el 30 de octubre de 1887, y luego el 29 de enero y 5 de febrero de 1888, respectivamente. Allí, fue marcando el estado de cosas que mostró la fiesta en el fundamental curso del siglo XIX, hasta llegar a su objetivo central: juzgar a Ponciano Díaz, como un torero que no lograba –a los ojos de "Tres picos"–, un serio nivel de profesional, pues este propósito quedó en boceto debido a que tampoco aquella relación de Ponciano con Bernardo Gaviño –como tutor espiritual de su destino–, no consiguió los objetivos deseados. Y es que:

Indudablemente, si Gaviño hubiera valido algo, no ya como espada, sino aun como simple torero, en España se habría quedado como se quedaron infinidad de medianías (…) Por lo que… El resultado de la enseñanza de Gaviño, era de preverse. ¿Qué podía hacer, ni qué podía enseñar un hombre que nada sabía? ¿Qué era valiente? Es verdad, pero el valor no es el arte.

En la columna "La alternativa", (30 de octubre de 1887), se detiene a dar los primeros rasgos de su acercamiento con el desarrollo histórico y “pega” su primer "pinchazo", cuando apunta:

Parece ser que muy reciente la conquista, Hernán Cortés organizó una fiesta de toros el día 24 de junio de 1521". ¡¡¡1521!!! 

Primer gran gazapo, que espero haya sido un "lapsus maquinae" o un mal acomodo del tipógrafo. Líneas más adelante, y en auténtica razón de novedad, anota diversos aspectos que no dudo incluirlos a continuación.

El 4 de octubre de 1801, y con motivo del día de San Francisco, se corrieron ocho novillos en la Plazuela de Villamil (hoy día, cruce del Eje Central, entre Mina y Pensador Mexicano, Centro Histórico), donde se improvisó un circo al efecto.

Allí por primera vez apareció Basilio Quijón que hizo prodigios de arrojo. Este mismo Quijón, logró que don Pedro Ruiz Varela, rico comerciante español, en unión de algunos otros comerciantes, levantaran una plaza en el Volador, la cual se estrenó el día de la Virgen del Pilar, del año de 1802.

Quijón formó una cuadrilla en la que figuraba el Caparratas y el Compadrito, y no se picaba ni banderillaba a los toros, únicamente se les lanceaba de capa se daba el salto del testuz y el de las dos garrochas, inventado esto último por Quijón, y del cual salió siempre ileso, debido a los malísimos novillos que se lidiaban. Estas únicamente eran las suertes que el público veía. Se corrían por lo general dos toros en la mañana y ocho en la tarde, y las corridas se verificaban los lunes.

Sin embargo, los que vienen a continuación, no tienen desperdicio, pues nos permiten entender qué era de la tauromaquia mexicana en vísperas de la independencia, de lo cual conocemos muy poco al respecto. En los siguientes términos lo resuelve así Eduardo Noriega:

[Que] En 1807 comenzó a construirse en la plazuela de Necatitlán, en el mismo sitio en que hoy existe el corral de vacas de don Manuel Pérez Fernández [en tiempos pasados, fue barrio indígena. Hoy día, es conocido como barrio de San Salvador el Verde. Para ubicar la plaza, debemos trasladarnos a la Cerrada de Necatitlán y calle de cinco de febrero, esto en el Centro Histórico], una Plaza de toros, para que en ella torearan algunos diestros famosos, españoles y mexicanos, que ya picaban, banderillaban y mataban con estoque. 

En efecto, el 13 de agosto de 1808, en celebración del aniversario de la Conquista [que fue en realidad uno de los últimos con ese objeto, y que había decaído en buena medida, pues se organizaba cada vez con menos intensidad], estrenóse la Plaza de toros de Necatitlán.

Los programas que se repartieron, impresos en la tipografía de don Mariano de Zúñiga y Ontiveros, y de los cuales hemos visto uno que obra en poder de un aficionado, tan inteligente como curioso, prometían maravillas, ponderando a diestros y toros, de un modo por primera vez usado en México.

En uno de dichos programas se publicó el elenco siguiente:

Capitán de cuadrilla, que matará toros con espada, por primera vez en esta muy noble y leal ciudad de México

SÓSTENES ÁVILA.
Segundo matador

JOSÉ MARÍA ÁVILA.
Si se inutilizare alguno de estos dos toreros, por causa de los toros, entonces matará

LUIS ÁVILA
Hermano de los anteriores y no menos entendido que ellos.

He de agregar el hecho de que hubo un cuarto hermano, Joaquín, que también toreaba y quien cometió un asesinato. Por esa razón pasó buena cantidad de años en la cárcel.

Y sigue diciéndonos el también director de "La Muleta":

Como estaba anunciado, se verificó la corrida. El público vio por primera vez picar toros, aunque sin orden ni concierto, banderillar con una sola mano a la media vuelta, y matar también a la media vuelta, sin muleta, libres de cacho y a la carrera. Sin embargo de esto, se maravillaba y aplaudía con frenesí.

De esta manera, y en la misma plaza, estuvieron verificándose corridas de toros, por espacio de algunos años.
 
Toreaban los tres hermanos Ávila citados, un picador, de nombre Mariano [quien llevaba también el apellido Ávila; a saber si se trataba de otro hermano más] –aunque también podría tratarse de Mariano Castro– (apostilla del responsable de esta colaboración) y el famoso banderillero Marcelo Villasana.

Ya por entonces empezaban a crear fama las ganaderías de Atenco, de la Cadena (Durango), Piedras Negras, Guanamé, Molinos de caballero [a la que Noriega ubica en Querétaro, aunque es de aclarar que dicha hacienda, lindaba en realidad con la de Atenco, en el valle de Toluca. Probablemente la confunda con la de Cazadero, que en su origen sí se formó en Querétaro], Puruagua, Cazadero y El Astillero.

Hasta aquí con lo anotado por Tres picos. A lo que se ve, con todo el esfuerzo de por medio, es de agradecerle los datos, aunque poca reflexión para un asunto que demandaba análisis detenido de cada registro, para con ello ir sumando un mejor panorama del que iba siendo el toreo en México, al comenzar el siglo XIX. 

Ese ejercicio, de alguna manera queda pendiente pues a pesar de que no solo Noriega, sino otros escritores y periodistas de la época (y algunos posteriores), se ocuparon del mismo propósito, no tenemos hasta hoy demasiada información y opinión al respecto. Me refiero a Domingo Ibarra, Carlos Cuesta Baquero y luego ya, en el XX, Nicolás Rangel, José de Jesús Núñez y Domínguez y Armando de María y Campos.

Los datos, ese escaso cúmulo de información, pasaba de una mano a otra y sólo cambiaba la coloratura, pero en el fondo se trataba de lo mismo. Sin embargo, faltaba lo más importante que era entrar en contexto, y plantear, aunque fuese necesario, diversos escenarios que permitieran entonces entender los significados de personajes que, con nombre y apellido ya, participaban en festejos contribuyendo en diversos aspectos a darle esencia propia, aquella con que la tauromaquia decimonónica puede considerarse también resultado de una independencia, y que en algún momento sus integrantes llegaron a legitimarla con expresiones que mostraban un afán de distanciamiento con lo español.

El caso es que no pudiendo suceder ese propósito, pues el toreo mexicano se practicaba de conformidad con muchos aspectos que dictó el espíritu español a lo largo de casi tres siglos, imponiendo formas, hábitos, códigos –primero a caballo. A pie después–.

Pero de algún modo, los mexicanos ya, independizados, y en medio de aquella libertad impregnaron el toreo de otros tantos sellos que fueron, durante el resto del XIX, la impronta de un nacionalismo que iba a la par con el propio de un país que se sometió –en lo histórico– a una serie de bandazos en lo político, económico o social con rumbo a un futuro que no alcanzó toda la deseable madurez. De ahí que se rompiera, se fragmentara, y fuera escenario de guerras internas, invasiones extranjeras que pusieron a prueba su valioso destino.

Otros escritos del autor, pueden encontrarse en: https://ahtm.wordpress.com/.


Noticias Relacionadas



Comparte la noticia


Banners
Banners