El espectáculo taurino es impredecible, en esta condición, sin duda, reside su mayor atractivo. En los toros como en la vida, no existe lo  establecido ni lo determinado. Cada tarde es una moneda al aire, una ilusión y una quimera cuyo resultado no admite vaticinios ni pronósticos; al punto que en la misma corrida se registran giros insospechados que transportan al aficionado en un tobogán de contrastadas emociones que van de la expectación, a la ansiedad y desde allí a la pasión. Esta secuencia de sensaciones se vivió en la segunda corrida de la Feria de nuestra Señora de la Merced cumplida hoy en la plaza de toros de Ambato.

La tarde arrancó con el máximo interés de los aficionados por mirar las ejecutorias de una terna de prestigiosos toreros; sin embargo, los imponderables y el destino condicionaron buena parte de la función taurina que transcurría en tono menor; poco después, esos mismos elementos rectificaron su curso hacia el triunfal cierre del festejo.

El matador de toros español José Garrido fue el protagonista de una valiente y vibrante faena al sexto de la tarde, "Andrajoso", de la ganadería de Mirafuente, al que lidió con firmeza y entrega tanto de capote como de muleta en un trasteo medido en el que aprovechó al máximo a un toro exigente que reclamó carácter y capacidad técnica.

Tras el tercio de varas Garrido instrumentó un quite por preciosistas verónicas en las que la res ya mostró un temperamento que confirmó al perseguir la muleta. El torero basó su quehacer en la seguridad con que presentó el engaño, la quietud de las zapatillas y la decisión a la hora de superar los amagos y miradas de un oponente que no admitía dudas y errores.

Con ese clima surgieron intensas series con la mano derecha en las que se impuso el hombre; con la tela en la zurda el toreo no alcanzó continuidad, en esa guisa la lidia recuperó su dimensión con la mano  diestra en otra serie breve pero emotiva, antes de los muy apretados adornos finales por manoletinas en terrenos de las tablas. Con el toro dominado Garrido cuadró pronto al ejemplar para ejecutar un impresionante volapié que dejó al acero en todo lo alto. Cinco segundos más tarde el toro rodaba por la arena, con el público puesto en pie exigiendo las dos orejas que, finalmente, fueron entregadas al joven lidiador.   

En su primero Garrido a punto estuvo de conseguir un trofeo al poner en vereda a un toro incierto que le llegó a prender; tres series de  naturales tuvieron temple empaque, el desafortunado uso del acero malogró su quehacer.

El caso es que José Garrido exhibió en la mitad del mundo sus credenciales de nueva figura de la fiesta, más allá de su capacidad y técnica impresionaron su valor y el buen trazo de su tauromaquia.

Paco Ureña también supo capear el temporal de un poco colaborador lote de toros: a su primero de escasa duración toreo con pureza en breves series con la mano derecha, la estocada corta y el golpe de verduguillo que requirió al final le privaron de obtener una oreja, que si recaudó en el quinto, un oponente es escasa duración al que lidió con paciencia y, otra vez, con sinceridad; buscándole la vuelta con tesón y fe en bonitos muletazos por cada costado; esta vez el espadazo rotundo de efecto inmediato despertaron el reconocimiento de la parroquia.

Fue por delante Mariano Cruz Ordóñez que cumplió una meritoria actuación con el par de reses que enfrentó. A su primero, toreó con cadencia de capote en aterciopeladas verónicas, con la muleta la faena no logró alzar vuelo; no obstante Cruz dibujó bonitos muletazos aislados. En el cuarto, su quehacer intermitente condicionado por las pocas prestaciones del astado, tuvo gusto y buenos pasajes que le permitieron escuchar una ovación.

Al cabo de la Feria de Nuestra Señora de la Merced de Ambato, el torero francés Juan Bautista fue declarado triunfador del ciclo por su memorable actuación en la primera corrida del ciclo.